sábado, 31 de enero de 2009

Carta de Théophile Gautier
a su madre, desde Granada


Pierre Jules Théophile Gautier (Tarbes 1811 – Neuilly sur Seine 1872) desarrolló durante su vida una amplia actividad como literato, ejerciendo como poeta, dramaturgo, novelista, periodista, crítico literario y fotógrafo francés, era un buen amigo de Victor Hugo, Gerald de Nerval y Honoré de Balzac, fue maestro de la generación romántica e inspirador de poetas, entre los que se encontraba Charles Baudelaire.
Desde muy joven, además de un especial talento para la pintura, demostró su aversión por el academicismo literario y volcó su entusiasmo sobre François Villon, François Rabelais y los llamados «malditos». Escribió novelas por entregas, artículos y críticas en distintos diarios y revistas, además de libros de viajes y relatos cortos en los que se encuentran algunas de sus más logradas páginas en prosa.
Creó con Leconte de Lisle (1818-1894) el Parnasianismo, un movimiento literario francés de la segunda mitad del siglo XIX (hacia 1860), nacido como reacción contra el Romanticismo de Víctor Hugo, el subjetivismo y el socialismo artístico. La palabra que lo definía era de origen griego y hacía referencia a la cima del monte Parnaso donde estaban las musas inspiradoras, que eran diosas menores.
Cuando visitó España en 1840, finalizaba la Primera Guerra Carlista y fue elegido para cubrir el fin de la contienda como periodista, trabajo que consideró humillante. En su equipaje, Théophile Gautier portaba un aparato fotográfico (daguerrotipo) con el que pretendía captar imágenes de su viaje. Nada se sabe de los resultados obtenidos, al parecer sus intentos fueron infructuosos.
Del 5 de mayo al 7 de octubre de 1840, Théophile Gautier descubre España con su amigo Eugène Piot, un coleccionista francés, al que acompañaba como asesor de obras de arte, recorriendo España con la intención de expoliar el patrimonio artístico ante el bajo nivel cultural.
Antes de su llegada, ya había recorrido España otra “embajada cultural”, la famosa expedición del Barón Taylor, escritor, dibujante y viajero que en 1835, aprovechándose de la confusión de las guerras carlistas y la Desamortización de Mendizábal, ministro de Isabel II, y de la disolución de las ordenes religiosas, se benefició de la coyuntura para desmantelar iglesias, conventos y monasterios llevándose sus obras de arte y es por ello que Piot y Gautier fracasaron en su intento y perdieron los ahorros previstos para dicho expolio.
Esta estancia de seis meses le proporcionaría una importante documentación de su Viaje a España, que dieron como resultado vigorosas impresiones en sus cuadernos, caracterizados por la frescura de su mirada,
el asombro de la visión y el deseo siempre exacerbado de la exactitud en la declaración. Estas visiones dan lugar a nuevos versos, España, que aparecen en la recopilación de Poesías completas en 1845.
Viaje a España recoge las impresiones de Gautier durante el viaje que realizó en 1840 y de este recorrido surgieron también sus obras "España" y "Tauromaquia". Sus páginas están llenas tanto de observaciones de primera mano como de informaciones librescas recogidas por él.
Durante su estancia en Granada, Théophile Gautier escribió a su madre una despechada carta, en la que se quejaba de la falta de noticias de su familia y en la que les amenazó con desheredarlos y con alquilar la Alhambra y no volver a Francia.


Mi querida mamá:
Llegué a Granada, y fuí a correos; no hay cartas, al segundo correo nada aún; - quiero creer que me escribieron, la carta se perdió, y he aquí su excusa.Cómo son cuatro escribiendo más o menos bien y no tienen el valor de poner la pluma en el tintero?, ¿cómo en dos meses dos cartas solamente?, les he escrito desde Tours, Burdeos, Burgos y desde Madrid otras tres veces, y ahí tienen que les envío otra carta desde Granada; me tienen pues ya olvidado, lo que me parece es que son ustedes unos canallas: Piot no recibió nada tampoco de su madre.
Si continúan como hasta ahora, acabarán sobre el cadalso; ¿Están enfermos? ¿Están muertos? ¿Qué demonios hacen? Gerardo que es el más perezoso de los mortales me escribió cinco o seis veces: y sin embargo aún no tiene respuesta en pago.
Bromas aparte, esto me aflige profundamente; yo, que viajo por la llanura y por la sierra, con el sol a la espalda, que hago grandes odas políticas de 200 versos de longitud, sobre las impresiones del gran camino, que estoy obligado a asimilar un nombre infinito de catedrales tomando notas, aprendiendo el español y componiendo un volumen de versos donde hay para elegir, saco tiempo para escribirles con sudor, y ustedes nada. Y sin embargo parecían quererme. ¿Se acabó? ¿Quizás han olvidado echar sus cartas al correo? ¿O es que sólo las franquearon hasta la frontera?
No se qué imaginar, no hay Diarios franceses en Andalucía e ignoro también por completo que pasaría si estuviese en China; les tengo no obstante en un altar, y a fuerza de cuidados, hago de ustedes parientes presentables.
Envíenme muchos acuses de recibo familiares o les maldeciré y les desheredaré, en cuanto a mi salud es inalterable y me lleva como muchos puentes nuevos. han pasado dos meses y sólo nos queda uno: hemos visto Burgos, Vitoria, Valladolid, Olmedo, El Escorial, Toledo, Madrid, Aranjuez, Jaén, Granada - nos queda por ver Córdoba, Sevilla, Cádiz y Valencia- desde aquí haremos el retorno a nuestra bella patria, donde apenas parecen ya preocuparse por nosotros.
¡Ah mi querida mamá, no habría creído de tu parte tan gran negligencia: si te alegras de recibir mis noticias ¿Crees que puedo prescindir de las tuyas y las de Lilly, y papá y Zoe y Alfonso? ¡Bonita familia! ¡Si mantiene esta actitud, alquilo la Alhambra, lo amueblo con un colchón de trenza de paja y un par de cojines, y no vuelvo! ¡Ahí se las arregle el gobierno, tanto peor para Francia!
Os envío toda clase de copias, ¿llegarán? ¿desaparecerán?
No tengo conocimiento más que de las dos primeras cartas: hoy es sábado, hasta el miércoles no tendré nada, aquí no hay correo más que dos veces por semana .
A pesar de vuestra infame conducta, les llevo en mi corazón.
Su hijo y hermano

Théophile Gautier

Alejandro Dumas padre
describe la ciudad de Granada
el primer día de su estancia
en Noviembre de
1846

Oleo de Alejandro Dumas padre con vestimenta árabe

"Empiezo a pensar que hay un placer todavía mayor
y es el de volverla a ver".

Alejandro Dumas padre

El 25 de noviembre de 1846 llegaba a Granada, procedente de Jaén, un grupo de seis viajeros románticos franceses.

El grupo estaba constituido por Alejandro Dumas padre y Alejandro Dumas hijo, que venían acompañados de Augusto Maquet, colaborador de Alejandro Dumas padre, conocido en París como "el negro indispensable", el escritor Eugen Giraud y los pintores Adolfo Desbarolles y Luis Boulanguer.

Alejandro Dumas padre describe en su libro de viajes “De París a Cadiz’’ los cuatro días de la estancia en Granada que vivieron en la antigua Casa de Pupilos de Pepino, en la calle Silencio.

De su entrada en Granada indica:

"Al contrario que las demás ciudades españolas, Granada
adelanta algunas de sus casas para recibir al viajero".

Existen unas muy curiosas anécdotas del literato francés sobre su visita al país.

Antes de llegar a España, Alejandro Dumas padre le envió a un conocido jefe de bandoleros de Despeñaperros, un talón de mil francos para que preparase una emboscada sin mayor perjuicio ni pérdidas de vida, como una anécdota más del viaje.

El bandolero le contestó que ya había cerrado el negocio con otros viajeros, pero del recibo del talón mandaba justificante. La carta y el recibo figuran hoy en el archivo de la Biblioteca Central de la Universidad de La Sorbona.

Estando ya en Granada hubo un suceso que determinó la duración de la estancia en Granada de estos seis viajeros románticos.

En la vivienda del pintor francés Couturier, al que hicieron dos visitas, con el deseo de dibujar a los bailaores en el patio su casa, unos “chaveas” (chiquillos) los apedrearon, desde una casa cercana, propiedad del pintor Contrarias y a Alejandro Dumas hijo le dieron una pedrada en la cara, "y éste se había lanzado a buscar la venganza, irrumpiendo en la casa del pintor Contrarias con otros miembros del grupo’’.

Fueron acusados de "haber violado un domicilio tranquilo", siendo llevados a comparecer ante el corregidor de Granada, que ordenó al jefe de policía iniciara averiguaciones del suceso. Según refiere Dumas, hasta el mismo Capitán General acabaría tomando cartas en el asunto, por lo que los extranjeros tuvieron que planear escapar de la ciudad durante el proceso de investigación, amparándose en la oscuridad de la noche.

Armados con "fusil al hombro y cuchillo al cinto", tomaron dirección a la puerta de Córdoba, donde previamente habían quedado con los muleros de la diligencia.
En el trayecto en su huida por la ciudad se toparon con "tres gendarmes", estando dispuestos a luchar para irse, si ello era necesario.

Dumas padre cuenta que asumió "el mando general de las fuerzas del ejército", formado por seis franceses, pero no hubo ocasión para llegar a las armas porque los agentes "sólo querían beber a la salud del Capitán General, sin duda, un vaso de manzanilla", en una posada cercana, situada en el mismo camino que llevaban los viajeros.
El libro de viajes que se publicó en 1846 en París, apareciendo ediciones en Londres, Berlín, Florencia y Málaga en los años siguientes.

La descripción de Alejandro Dumas padre que se recogió en su libro de viajes ''De París a Cádiz'' dice así:

Foto de Alejandro Dumas padre, hacia 1949

Granada, 25 de noviembre de 1846

Granada, más deslumbrante que la flor y más sabrosa que el fruto del que toma su nombre, parece una virgen perezosa que lleva tumbada al sol desde el día de la creación, sobre un lecho de brezo y de musgo, protegido por una muralla de cactus y de áloes ; por la noche se duerme alegremente con las canciones de los pájaros, y, por la mañana, se despierta sonriente con el murmullo de sus cascaditas. Dios, que la quería más que a todas sus hermanas, le hizo una corona que hasta los ángeles envidiarían, una corona que no se marchita jamás, y en la que, por la noche, se confunden las estrellas del firmamento en un himeneo misterioso y perfumado, que se llena de tantas esencias que, cuando al despertar, la virgen agita su frente a las primeras brisas de la mañana y a los primeros rayos del sol, los viajeros que pasan por las castillas vecinas se detienen y se preguntan de dónde vienen esos perfumes desconocidos y casi celestiales; pero Granada era mujer y por lo tanto coqueta. No creo que intento atacar ni a la coquetería de la inteligencia, y, aunque un ligero vestido de una completa blancura sea el adorno que nos fascina a monsieur Placard y a mi, no repudio un cierto gusto por esas adorables flores artificiales que, durante ciertas épocas del año y durante ciertos años de la vida, se ve obligada a utilizar la mujer para suplantar a las flores naturales que le faltan.
Desgraciadamente, Granada estaba tendida sobre una colina, de modo que los curiosos podían descubrirla desde lo lejos sin ser vistos, y sorprenderla el mejor día en el baño, como a Susana. Por casta que sea la mujer, cuando es de natural perezoso, no puede girarse castamente en la cama; creyéndose sola, enseña el brazo un poco más arriba del codo y el pie algo más arriba del tobillo; los cabellos pueden soltarse de golpe y, al haber un gesto brusco para detener el torrente de oro o ébano que inunda sus hombros, no se da cuenta de que se rasga una esquina de la tela y que el seno blanco y redondeado asoma por el velo desgarrado. Y ¿ que impide que en ese momento un amante sin duda ignorado, pero sin embargo presente, aproxime sus ojos a alguna abertura indiscreta de la roca o a algún claro del bosque y que, dudando todavía de la belleza de la codiciada, haya estado esperando esa imprudencia para convencerse y esa convicción para actuar?,¡ Ay!, señora , eso es lo que le ocurrió a Granada.
La desgraciada muchacha se abandonaba pues sin escrúpulo ni vergüenza a todos los caprichos de su espíritu antojadizo y voluble con esa ignorancia de la virginidad que dobla el peligro de las vírgenes; pero esa inocencia a pleno sol debía traer tarde o temprano alguna terrible catástrofe, y la Lucrecia andaluza, como la Lucrecia romana, debía perderse por lo que ella creía que debía protegerla. Allende Granada estaban los mares y allende los mares estaban los moros. Dado que los moros han sido siempre los hombres más disolutos del mundo, necesitaban siempre un serrallo de ciudades para sus serrallos de mujeres; y , al ponerse de puntillas divisaron a Granada que, al no saberse vigilada, hacía todo lo que una muchacha ingenua puede hacer, y, de repente, se adueñó de ellos un gran amor por la virgen española.
Los moros ejecutan sus deseos casi en el mismo momento en que se les antojan y un buen día en que la pobre niña dormía la siesta, según su costumbre, se abalanzaron como verdaderos buitres del Atlas sobre la pobre paloma de la sierra y construyeron una muralla toda erizada de bastiones alrededor de su casto nido de musgo. Granada gritó, lloró, se defendió, quiso morir, pero para gente tan experta en amores como los malvados sarracenos , toda oposición no era más que una resistencia afirmativa; y, como amantes sensatos y seductores ingeniosos que eran, no pidieron nada a su nueva amante sin antes haberla encadenado con un magnifico presente. Por eso, se pusieron inmediatamente a cincelar dos joyas llamadas la Alhambra y el Generalife. Al ver tan espléndido don, Granada hizo lo que hubiera hecho cualquier mujer, inclinó la cabeza, pero al inclinar la cabeza sus ojos se posaron sobre el Genil. Casualmente ese día el Genil llevaba agua. Granada se vio con su nuevo ornamento y se ruborizó de vergüenza según algunos, porque, siendo pobre como era, Granada no podía adornar su frente más que para esconder de ese modo una mancha; de placer, dicen otros, porque, siendo como hemos visto coqueta, una diadema tan maravillosa debía quitarle los remordimientos , puesto que la dejaba sin rival.
Y ocurrió que, cansada de luchar, se recostó sobre sus cojines un poco menos virgen, pero un poco más bella. Y todo lo que hoy podemos decir, aquellos que no pasamos por moralistas, es que la deshonra le sienta, a ella como a muchas otras, a las mil maravillas.

Firma de Alejandro Dumas padre

Bruno Alcaraz Masáts

Alejandro Dumas padre
describe el viaje de llegada
hasta Granada en el libro
''De Paris a Cádiz''


Alejandro Dumas padre (1846):

Cuando nos asomamos para mirar por las ventanas de la diligencia
el color especial de los campos, las llanuras van pasando del tono
del ópalo al de un lila violento de aspecto más suave y armonioso.
Es que nos encontramos en el país del azafrán. Esos lagos color
de rosa son en realidad lagos de flores; y esos lagos de flores
constituyen la riqueza de la estepa sirviendo al mismo
tiempo para su ornato y decoración.


Granada, 25 de noviembre de 1846

Sin embargo, u
na cosa nos inquietaba; habíamos sabido, al subir al carruaje, que una diligencia que se dirigía a Sevilla iba delante de nosotros. Como nosotros, los que iban en esta diligencia, debían cenar en Valdepeñas, y no es seguramente en España en donde más puede aplicarse este proverbio pitagórico: donde come uno, comen dos.

No era esto en vano rumor; precedíamos, en efecto, una diligencia atestada de viajeros. Así que, cuando llegamos al parador, encontramos las mesas guarnecidas, sino de manjares, por lo menos de convidados.

Nos repartimos al punto en el parador, lo cual hizo fruncir las cejas a los doce viajeros. Debíamos explorar todo el establecimiento. Después de la exploración el punto general de reunión era el comedor.

Diez minutos después, estábamos todos juntos excepto Alejandro y Desbarolles.

Había yo descubierto la cocina, y estaba de inteligencia con el jefe. Giraud había descubierto la moza y allá se las compuso con ella para el arreglo de las camas. Boulanger había descubierto castañas y llenado los bolsillos. Maquet había descubierto el correo, y sabido que no había en Valdepeñas más cartas para él, que en Madrid y en Toledo.

Alejandro y Desbarolles llegaron. Abriendo las puertas casualmente, habían descubierto otras cosas no menos encantadoras que las que nosotros habíamos descubierto. No os diré, señora, lo que Alejandro y Desbarolles descubrieron; básteos saber solamente que los dos imprudentes se hubieran transformado en ciervos como Actéon... si no hubiera pasado el tiempo de las metamorfosis.

Restábamos que descubrir un sitio en la mesa. Los primeros que habían llegado, contentos con vernos reunidos, y asegurados por esta reunión de los descubrimientos que podíamos hacer, se apresuraron a estrecharse y a ofrecernos el sitio que deseábamos.

Principió la cena.

No hay que decir que habíamos pedido Valdepeñas. El primero que probó el licor que se nos sirvió, le escupió inmediatamente, bajo la mesa.


Grabado de la batalla de la calle Ancha de Valdepeñas
por el pueblo contra las tropas francesas
el 6 de Junio de 1808, al que se derrotó.

-¿Qué es eso? preguntó a Desbarolles.

Preciso es deciros, señora, que Desbarolles nos había estado volviendo la cabeza hacía quince días, pintándonos las delicias que reservaba a nuestra sensualidad la provincia que atravesábamos.

Desbarolles hizo una señal de cabeza y llamó al moso. El moso acudió:

-¿No tenéis mejor vino que este? le pregunté.

-Si le quiere usted.


-Venga.

El moso desapareció, y cinco minutos después volvió a entrar con dos botellas en la mano.

-¿Es este el mejor? preguntó Desbarolles.

-Si, señor.


Gustamos esta segunda edición. Era revisada, corregida y aumentada, esto es, peor aún que la primera.

Comenzamos a llover imprecaciones sobre Desbarolles y Giraud, que nos habían prometido néctar, mientras que no nos daban ni aún heces. -Ea, dijo Giraud levantándose, no andemos con bromas; nosotros hemos prometido a la sociedad vino de Valdepeñas...

¿Adónde está? vamos a buscarle.

-Vamos, dijo Desbarolles levantándose a su vez y tomando su carabina.

Salieron los dos. Diez minutos después volvieron, trayendo cada uno por un asa una enorme olla que contenía de unas dos y media a tres azumbres de un vino negro y espeso que se derramó inmediatamente en nuestros vasos.

Probamos este, que era el legítimo Valdepeñas, con su áspero y excitante sabor.

Giraud y Desbarolles habían ido a buscarlo a la taberna. No doy por vos estos pormenores, señora; vos, os contentáis, como todos sabemos, con humedecer vuestros labios en un vaso de agua, por cuyo medio os refrescáis y aplacáis vuestra sed. Pero las cartas que tengo el honor de escribiros están destinadas a tener cierta publicidad, y es bueno que las personas menos inmateriales que vos
sepan, señora, donde se halla ese famoso Valdepeñas desconocido en las posadas.

Este vino espeso y áspero que, para los verdaderos bebedores, tiene la ventaja de no apagar la sed, excitó en nosotros fácilmente el deseo de [116] encontrar las mejores camas posibles, a fin de confiarlas por espacio de cuatro o cinco horas nuestras personas estrujadas y doloridas por los bruscos vaivenes de la diligencia.
Esto entraba en la especialidad de Giraud, que había descubierto la camarera.

Esta camarera era una muchacha de catorce años, tan alta como lo es en Francia una niña de diez. Llevaba trenzados con tan negligente elegancia sus inmensos
cabellos negros, lanzaban sus ojos castaños un fuego tan sabiamente combinado con el de los interlocutores, que a la primera mirada llamaba la atención.

En efecto, esta joven nos obligó a mirarla con más curiosidad que hubiera podido hacerlo una mujer hermosa o fea. Acento, sonrisa, postura, todo en ella estaba diciendo: ¿soy mujer?, admiradme o amadme; pero sobre todo, miradme. Esta singular criaturilla, a quien nos contentamos con mirar; nos indicó nuestros cuartos preguntándonos si se nos ofrecía algo. Entonces cada uno abrió su necessaire, pidió agua fría o caliente, y principió su toillette nocturna. Ya fuese por inocencia, ya por decoro nada inquietó a nuestra muchacha. Continuó en sus quehaceres, cruzándose entre nosotros como una culebra, comprendiendo y ejecutando nuestros menores deseos, ya verbales, ya mímicos, con una agilidad, una exactitud y una inteligencia prodigiosa.


Persuadidos de que no la veríamos el día siguiente, la dimos dos monedas y la despedimos.

A medianoche, como habíamos previsto, nos despertó el mozo. Entonces conocimos que esta es una táctica familiar a todos los mozos del mediodía de España; pero no hicimos ningún caso de la llamada, nos contentamos con responder a la manera de los mozos de las fondas:

-Está bien. Allá vamos.

Ya se deja conocer que a imitación también de los mozos de fondas, no fuimos.

Sabíamos que el coche era nuestro como Luis XIV sabía que el Estado era de él.

A las tres nos fue a despertar el mayoral en persona. Detrás del mayoral marchaba nuestra pequeña sirviente.

-¡Oh! señores, dijo ella, con el tono más lastimero que pudo, la patrona me ha visto recibir las monedas que ustedes me han dado, me las ha cogido y me he quedado sin ninguna.

Y todo esto lo dijo, con las manos suplicantes, los ojos humedecidos, y los cabellos tendidos sobre sus espaldas morenas.

No creímos una palabra de la historia, y sin embargo, la dimos la moneda que pedía.

¡Pobrecilla! ¡Así por una moneda prodigas tantas sonrisas, adorables miradas y roces con tus manecitas, tendrás muchas monedas, o más bien no perderás, antes de tiempo, tus amables sonrisas y tus miradas húmedas y magnéticas! Partimos, pasadas dos horas, el día nació y naciendo nos envió, con su primer soplo, las más dulces emanaciones que hubiéramos respirado aún.

Todo esto pasaba en Sierra Morena, en la cual íbamos a entrar. Era un compuesto de aromas que arrojan a la brisa las adelfas, las madroñeras de frutos de púrpura y los arbustos resinosos, que hay en esa magnífica cadena de montañas.

El límite de Andalucía esta marcado por una columna, llamada la piedra de la Santa Verónica, probablemente porque sobre esta piedra está grabada la cara de Cristo.

En un encuentro entre los carlistas y los cristinos, fue acribillada de balazos la columna, y milagrosamente ninguna de estas balas tocó la cara de Nuestro Señor.

Echamos pie a tierra en Despeñaperros. Nada más suave y más desolado al mismo tiempo, señora, que el camino, que seguíamos.

El antiguo paso de Despeñaperros

Por todas partes, como os he dicho, se veían mirtos, lentiscos, madroñeras, esto es, flores, frutos, perfumes. Después, enmedio de este inmenso oasis, de vez en cuando, una pobre casa abandonada desde las guerras de 1809 y que ve pasar a los viajeros con sus ventanas sin marcos, como vería un muerto con órbitas sin pupilas. Entonces se aproxima uno con curiosidad a este esqueleto vacío y silencioso, y se reconoce que a falta del hombre se ha hecho propiedad de las palomas torcaces y zorros, huéspedes incompatibles al parecer, pero que se acomodan perfectamente ya en el sótano, ya en los paredones.

No podré deciros, señora, cuanto tiempo tardamos en atravesar esta admirable cadena de montañas, tan temida en otra época a causa de los ladrones. Lo que únicamente os diré es que llegamos con un excelente apetito a la Carolina, pequeña villa poblada por Carlos III, en la cual debíamos encontrar, según nos aseguraba nuestra Guía de España, el lenguaje, las costumbres y el rígido aseo de Alemania, de donde había traído Carlos III los primeros colonos.

Nosotros no encontramos más que casas de puerta tan baja que al trasponer el umbral de la que se nos señaló como posada, por poco se mata Maquet.

Desgraciadamente, detrás de estas puertas fatales, no hallamos más que algunas jícaras de chocolate que se nos hizo pagar seis veces más de su valor.


La Capitulacion de Bailén, oleo de Casado de Alisal,
que recoge la derrota del ejército francés, paz firmada
entre los Generales español Castaños y francés Dupont
en Las Capitulaciones de Andujar(Jaén) el 22 de Julio de 1808

Después de la Carolina, pasamos por Bailén, ciudad importante y tristemente célebre por la capitulación del general Dupont. Allí se rindieron 17.000 franceses a 40.000 españoles. Dejaremos a los historiadores la resolución de este problema de vergüenza, primer ataque dado a la virginidad de la gloria napoleónica.

Os diré también, señora, que con una exquisita delicadeza, no me acuerdo ya que periódico español ha abierto en sus columnas una suscripción, durante la permanencia de los príncipes franceses en Madrid, para erigir un monumento al vencedor de Bailén.

De este modo, como el vencedor de Bailén, tiene ya el gran cordón de la Legión de Honor, se ve a la par honrado por los españoles y por los franceses.

Por la tarde, a los rayos del sol poniente, nos acercamos a Jaén, antigua capital del reino del mismo nombre. Aproximándonos más, encontramos por primera vez el Guadalquivir; Oued-el-Kebir; es decir el gran río. Los moros admirados de ver tanta agua a la vez, saludaron al río, con esa exclamación, de la cual, sus sucesores han formado el nombre Guadalquivir.

La ciudad de Jaén, dominada por su catedral.

Jaén es una inmensa montaña, de color leonado. El sol devorándola, la ha dado ese color de hollín claro, sobre el cual antiguas murallas árabes destacan sus caprichosos dibujos. La ciudad africana, construida en lo alto, ha descendido poco a poco hasta la llanura. Las calles principian en el primer estribo y van subiendo desde el momento en que se pasa la puerta de Bailén.

Hicimos alto en una posada, en donde no debíamos salir hasta media noche. Mis compañeros se aprovecharon de este intermedio para trepar a lo más elevado de la montaña, en cuanto a mí, permanecí en la posada; tenía que ocuparme en otra cosa mejor, en escribiros.

Volvieron con ese entusiasmo excesivo de los que quieren inspirar a los otros el sentimiento de no haber visto lo que ellos. Vieron, pues, a la luz de los últimos rayos del sol, el magnífico paisaje que acabábamos de recorrer y, alumbrados con antorchas, la gigantesca catedral que parece querer luchar en masa y elevación con la montaña que tiene a sus espaldas.

Esta catedral posee, entre sus tesoros; los canónigos y al menos lo han asegurado así a nuestros compañeros, señora, el lienzo auténtico sobre el cual la Santa Verónica recogió, con el sudor de su pasión, la imagen del rostro de Jesucristo.

A medianoche partimos. Parece que la hora de los ladrones varía, según las Españas. Vos lo recordaréis, señora; en la Mancha salían de medianoche a las tres de la madrugada; en Andalucía duermen desde la tres a la medianoche.

Por lo demás, se nos dijo que los había feroces entre Granada y Córdoba. No se sabía decirnos el punto fijo en que los encontraríamos, pero cuando nos aproximemos a él lo sabremos.

En cuanto a ellos, he prometido que ninguna consideración nos detendría para robarlos.

Partimos a medianoche, sin tener necesidad esta vez de que nos despertase un mozo de pantalón amarillo ni una vivaracha camarera, porque no nos acostamos. El mayoral nos ofreció llegar a Granada el día siguiente a las siete de la mañana.

El día siguiente, al abrir los ojos preguntamos por esa Granada tan prometida, no se la distinguía aún, pero veíamos dibujarse en el horizonte los pintorescos dentellones de Sierra-Nevada, a cuya espalda está Granada.

La nieve que cubría estos dentellones, estaba tenida de un admirable color de rosa.


Avanzábamos más y más por el seno de una vegetación africana, dejando a los dos lados del camino gigantescos aloes y monstruosos caelas. Al lejos, y de cuando en cuando, un palmero de penachos inmóviles, parecía brotar en medio de la llanura, como un hijo de otra tierra olvidada por los antiguos conquistadores de Andalucía.

Grabado de la Alhambra de Granada y su alameda.

En fin, Granada apareció. Al contrario de las demás ciudades de España, Granada envía algunas de sus casas delante de los viajeros. Una legua antes de llegar a la ciudad reina, se encuentran en el camino, como pajes y damas de honor que preceden a su señor, una infinidad de edificios que parecen tomar la llanura misma por jardines; en fin, estas casas se unen, se estrechan, forman una masa compacta, se franquea un cinturón de murallas y se entra en Granada.

Con el bonito nombre de Granada, señora, habéis construido ya en vuestra imaginación una ciudad de la edad media, medio gótica, medio morisca. Ella lanza sus minaretes hasta el cielo; ella abre sus puertas en ojivos orientales, y sus rejas treboladas en calles sombreadas por pabellones de brocado. ¡Ay! señora; dad un soplo a ese encantador castillo, y contentaos con la pura y sencilla realidad; la pura y simple verdad es ya bastante bella.

Granada es una ciudad de casas bastante bajas, de calles estrechas y tortuosas; sus ventanas cuadradas y casi siempre sin adornos, están cerradas por balcones de hierro de barras entrecruzadas de tal modo a veces, que costaría trabajo pasar el brazo a través de sus huecos.

Bajo estos balcones suspiran por la noche los enamorados granadinos.

De lo alto de estos balcones oyen las serenatas las bellas andaluzas; porque, no hay que engañarse, nosotros nos hallamos en el corazón de Andalucía, la patria de los Almaviva y de las Rosita, donde todo permanece aún como en tiempos de Fígaro y de Suzzane.

Giraud y Desbarolles han cargado con la responsabilidad de nuestro hospedaje. Ni uno ni otro creía volver a Granada, así es que han salúdalo a cada casa con gritos de alegría. El hecho es, señora, que principio a creer que hay una felicidad mayor que la de ver a Granada, la de volverla a ver.

En consecuencia Giraud y Desbarolles nos condujeron a casa de su antiguo huésped, el señor Pepino. Ellos son quienes le han bautizado así.

No me preguntéis el por qué, señora; lo ignoro. Este excelente hombre vive en la calle del Silencio. Con compañeros tan alborotadores como nosotros, la calle del Silencio corre mucho peligro de cambiar de nombre.

El señor Pepino tiene una casa de pupillos, la cual corresponde a ciertos hoteles de los alrededores de la Sorbona, en los cuales se da de comer y dormir a nuestros estudiantes. Ignoro aún lo que eran los pupillos del señor Pepino. Si lo averiguo algún día, señora, tendré el honor de participároslo.

Así que entramos en la casa, pedimos baños. El señor Pepino nos mir� con sorpresa, repitiendo: ¡baños! ¡baños! como un hombre que no entiende lo que se le quiere decir.

Hemos llevado más lejos la indiscreción. Hemos procedido, en consecuencia, a la instalación, no pudiendo proceder a otra cosa. El señor Pepino ha hecho salir a tres o cuatro pupillos y nos ha cedido sus cuartos. Resulta de esta evolución, que tengo para mí solo un bonito gabinete desde el cual os escribo. Nuestros compañeros, según he oído decir, están también poco más o menos.

Debo deciros señora, que nuestra llegada era conocida. Mr. Monier, creo, que había escrito con anticipación. Resulta de aquí que una hora después de mi llegada, y cuando me preparaba a escribir, he recibido una comisión de los redactores del Capricho, que me han obsequiado con versos impresos con oro en papel de color. Yo he tomado una simple cuartilla de papel blanco, a falta de otro, y he contestado a su galantería con los diez versos siguientes, que habrían tenido al menos a sus ojos el mérito de la improvisación, ya que no otro. A los Sres. redactores del Capricho:

À MESSIEURS LES RÉDACTEURS DU CAPRICE

Pourquoi quand le Seigneur eut d’amour et de miel
Fait Grenade, la soeur des deux fières Castilles,
A-t-il voulu semer sous ses noires mantilles
La moitié des rayons qu’il gardait pour son ciel ?
Pourquoi, donnant jadis la douce sérénade
Aux anciens troubadours chantant les anciens preux,
Donne-t-il aujourd’hui les poètes heureux
Qui parfument encor les jardins de Grenade ?
C’est que Dieu n’a créé Grenade et l’Alhambra
Que pour le jour où Dieu du ciel se lassera.

Preciso es deciros, señora, que he visto aún poco de Granada y nada de la Alhambra. Pero hablo con confianza, seguro, como estoy anticipadamente, de encontrar maravillosa todo esto.

Con nuestros poetas se hallaba el señor conde de Ahumeda, que me parece un buen hidalgo; y estoy convencido de que es uno de esos hombres a quien hubiera sentido no ver más que de paso.

Después de nuestros poetas y del señor conde de Ahumeda se ha presentado uno de nuestros compañeros, tan españolizado que yo le he creído un español; es un viajero entusiasta que, pasando por Granada con un daguerrotipo, se ha detenido en ella.

Ya hace dos años que habita en Granada y no puede decidirse a dejarla.

Circe detenía por la fuerza de sus encantos; Granada por el solo encanto de su sonrisa.

Conturier se llama nuestro compatriota, señora, y se nos ha ofrecido como cicerone. Hemos aceptado, y el primer servicio que le exijo es que me acompañe al correo, donde, en cinco minutos, habrá echado esta carta, a la que encargo os haga presentes mis afectos.

Enseguida, señora, visitaremos el Generalife y la Alhambra...

Bruno Alcaraz Masáts
Alejandro Dumas padre y La Tarasca

Texto completo del cuento escrito en 1841



Alejandro Dumas, padre y el dragón La Tarasca de Granada.

Tarasca es un término del francés Tarasque, y éste del topónimo de la localidad de Tarascon, en Ariege, (Francia) y era una criatura mitológica cuyo origen se encuentra en una leyenda sobre Santa Marta.

Según cuenta la leyenda francesa, esta criatura habitaba en Tarascón, Provenza, y devastaba el territorio. Se describía a la Tarasca francesa como una especie de dragón con seis cortas patas parecidas a las de un oso, un torso similar al de un buey con un caparazón de tortuga a su espalda y una escamosa cola que terminaba en el aguijón de un escorpión. Su cabeza era descrita como la de un león con orejas de caballo y una desagradable expresión.

El Rey de Tarascón había atacado sin éxito a la Tarasca con todas sus filas y su arsenal, pero recoge la leyenda que Santa Marta encantó a la bestia con sus plegarias, y volvió a la ciudad con la bestia domada. Los habitantes de la zona aterrorizados atacaron a la criatura al caer la noche, que murió allí mismo sin ofrecer resistencia. Entonces Santa Marta predicó un sermón a la gente y convirtió a muchos de ellos al cristianismo.

Hoy, aparece en el escudo de armas de Tarascón, donde una vez al año, el último domingo de Junio, tiene lugar un festival para recordar a La Tarasca y a Tartarín de Tarascón, el personaje principal de la novela homónima de Alphonse Daudet.

El ejército francés ha sido utilizado 'Tarasque' para un tipo de ametralladora de cadena antiaérea de calibre 20mm.

La Tarasca es una figura de sierpe monstruosa que, en España, se saca durante la procesión del Corpus Christi o fiestas mayores.

En la ciudad de Granada, durante las fiestas del Corpus Christi, sale en procesión La Tarasca acompañada de cabezudos y gigantes. Se trata de una procesión que fue prohibida antaño y que, para evitar su desaparición, pasaría a llamarse “La Pública’’, en la que un dragón soporta un maniquí vestido por un diseñador de moda marcando tendencia de la ropa que se llevará ese verano.

La Tarasca con el maniquí y con los Gigantes y Cabezudos de Granada,
procesión popular granadina conocida como ''La Pública''

Cuento de La Tarasca

Alejandro Dumas padre

Nouvelles impressions de voyage, 1841

El viejo castillo que domina a Beaucaire y que fue famoso en el siglo XII por sus máquinas de guerra y en el siglo XVI por sus cañones, se construyó sobre restos de murallas romanas; sus distintas obras de fortificación se construyeron en los siglos XI, XIII y XIV. De la cumbre de sus murallas se aprecia un espléndido paisaje, con vista de las ciudades de Tarascón y Beaucaire, separadas por el río Ródano y unidas ambas por un puente. Más al fondo, Arles, la primera ciudad romana fundada fuera de Italia.

Descendimos de nuestro viejo castillo, del cual sólo queda una encantadora torre del tiempo de Luis XIII; cruzamos el puente levadizo de unos ciento quince pies y entramos en la iglesia, una construcción del siglo XII, restaurada dos siglos después. Esta iglesia tiene como patrona a santa Marta, la seguidora de Cristo, una mujer piadosa y santa que está muy vinculada a nuestra historia. Historia que la ciencia niega, pero la fe consagra, y en esta lucha del alma que cree y del espíritu que duda, es la ciencia la que pierde.

Marta nació en Jerusalén. Su padre, Syrus, y su madre, Eucharia, eran de sangre real. Tenia un hermano mayor que se llamaba Lázaro y una hermana más pequeña que se llamaba Magdalena.

Lázaro era un jinete muy apuesto, que como no pudo emplearse como guerrero, ya que Octavio había hecho la paz, se dedicaba a la caza y a los placeres. Tenia jóvenes esclavos comprados en Grecia, bonitos caballos árabes y un hermoso coche de cuatro ruedas, adornado de marfil y bronce, en el que más de una vez había cruzado por el camino al hijo de Dios, que con sus pies descalzos caminaba con una multitud de pobres.

Magdalena era una bonita cortesana, con un largo cabello rubio, que un esclavo de Lesbos peinaba todas las mañanas sobre su cabeza y lo adornaba con una cadena de perlas; llevaba un vestido abierto a nivel del cuello, que dejaba ver una gargantilla maravillosa, sostenida por una cadena de oro. Sus túnicas eran de flores de oro y púrpura, que en Roma llamaban patagatia, por el nombre de una enfermedad llamada patagus, que dejaba manchas sobre todo el cuerpo; sus pies eran delicados y perfumados, cubiertos por anillos y pedrerías, como si no se hubieran hecho para caminar, por lo que era transportada en una litera, con cortinas de telas asiáticas. Ahí se hacia llevar como las matronas romanas, por sus esclavos , mientras que un sirviente, en la parte posterior de la litera, extendía entre ella y el sol un gran abanico cubierto de plumas de pavo real. Unos corredores africanos, que iban delante de ella para abrir paso en el camino, más de una vez hicieron esperar ante el paso de la rica cortesana a una pobre mujer llamada Maria , que era la madre del Salvador.

Marta observaba todo esto con dolor, y a menudo intentó reformar la existencia disipada de su hermano y la vida disoluta de su hermana ya que ella había escuchado la palabra de Cristo, y al tratar de trasmitirla a sus hermanos, ellos le habían respondido con risas y burlas. Por fin les propuso venir a escuchar directamente su palabra, que el Salvador tenia siempre a mano para todos los que le seguían. De esa forma escucharon las parábolas del tesoro escondido, la perla de gran precio y la de la red; oyeron la profecía del juicio final y vieron a Jesús andar sobre las aguas. Volvieron pensativos, y esa misma noche Lázaro dijo a Marta:

-Hermana, vende mis bienes y distribúyelos a los pobres.

Al día siguiente, cuando Jesús se encontraba cenando en casa de Simón el fariseo, Magdalena entró en la casa llevando un frasco de alabastro con perfume, y estando detrás de Él a sus pies, llorando, comenzó a regar con lágrimas sus pies, y los enjuagaba con sus cabellos; y besaba sus pies, y los ungía con el perfume.

Cuando vio esto el fariseo que le había invitado, dijo para si: este, si fuera profeta, conocería quién y qué clase de mujer es la que le toca, que es pecadora.

Entonces, respondiendo Jesús, le dijo:

-Simón, una cosa tengo que decirte.

Y él le dijo:

-Di, Maestro.

-Un acreedor tenia dos deudores: el uno le debía quinientos denarios, y el otro cincuenta; y no teniendo ellos con qué pagar, perdonó a ambos. Di, pues, ¿cuál de ellos le amará más?

Respondiendo Simón, dijo:

-Pienso que aquel a quien le perdono más.

Y Él le dijo:

-Rectamente has juzgado.

Y vuelto a la mujer, dijo a Simón:

-¿Ves esta mujer? Entré en tu casa y no me distes agua para mis pies; mas ésta ha regado mis pies con lágrimas, y los ha enjuagado con sus cabellos. No me diste beso, mas ésta, desde que entré, no ha cesado de besar mis pies. No ungiste mi cabeza con aceite; mas ésta ha ungido con perfume mis pies. Por lo cual te digo que muchos pecados le son perdonados, porque amó mucho; mas aquel a quien se le perdona poco, poco ama.

Y a ella le dijo:

-Tus pecados te son perdonados.

Y los que estaban sentados a la mesa comenzaron a decir entre si:

“¿Quien es este, que también perdona pecados?”

Pero Él le dijo a la mujer:

-Tu fe te ha salvado, ve en paz.

Y algún tiempo después, Jesús, yendo de camino, entró en una aldea; y Marta le recibió en su casa. Su hermana, María Magdalena, se sentó a los pies de Jesús para oír su palabra. Pero Marta se preocupaba con muchos quehaceres, y acercándose, dijo:

-Señor, ¿no te da cuidado que mi hermana me deje servir sola? Dile, pues, que me ayude.

Respondiendo Jesús, le dijo:

-Marta, Marta, afanada y turbada estás con muchas cosas. Pero sólo una cosa es necesaria; y Maria ha escogido la buena parte, la cual no le será quitada.

Tiempo después, Jesús seguía predicando las buenas nuevas y probando su divinidad con milagros y obras, cuando Lázaro, el hermano de Marta y de Maria, cayó enfermo. Enviaron, pues, las hermanas para decir a Jesús:

-Señor, he aquí el que amas, está enfermo.

Al enterarse Jesús, dijo:

-Esta enfermedad no es para muerte, sino para la Gloria de Dios, para que el hijo de Dios sea glorificado por ella.

Y amaba Jesús a Marta, a su hermana y a Lázaro. Pero al enterarse de su enfermedad, se quedo dos días más en el lugar donde estaba. Luego dijo a sus discípulos:

-Vamos a Judea otra vez, nuestro amigo Lázaro duerme y voy a despertarlo.

Dijeron entonces sus discípulos:

-Señor, si duerme, sanará.

Entonces Jesús les dijo claramente:

-Lázaro ha muerto.

Cuando Jesús llegó, encontró que, efectivamente, Lázaro hacia ya cuatro días que estaba en la tumba. Como Betania estaba cerca de Jerusalén, como a quince estadios; muchos judíos habían venido a casa de Marta y Maria para consolarlas por la muerte de su hermano.

Entonces Marta, cuando oyó que Jesús venia, salio a encontrarle; pero Maria se quedó en casa. Y Marta dijo a Jesús:

-Senor, si hubieses estado aquí, mi hermano no habría muerto. Mas también sé ahora que todo lo que pidas a Dios, "Dios te lo concederá."

-Tu hermano resucitará.

Marta le dijo:

-Yo sé que resucitará en la resurrección, en el día postrero.

Le dijo Jesús:

-Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mi, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mi, no morirá eternamente. ¿Crees esto?

Le dijo:

-Si, Señor, yo he creído que Tú eres el Cristo, el hijo de Dios, que has venido al mundo.

Habiendo dicho esto, fue y llamó a Maria su hermana, diciéndole en secreto:

-El Maestro esta aquí y te llama.

Ella, cuando lo oyó, se levantó de prisa y vino a Él. Jesús todavía no había entrado en la aldea, sino que estaba en el lugar donde Marta le había encontrado. Entonces los judíos que estaban en casa con ella y la consolaban, cuando vieron que Maria se había levantado de prisa y había salido, la siguieron, diciendo: “Va a la tumba a llorar allí.”

Cuando Maria llegó a donde estaba Jesús, se postró a sus pies y le dijo:

-Señor, si hubieses estado aquí, no habría muerto mi hermano.

Entonces Jesús, al verla llorando, y a los judíos que la acompañaban, también llorando, se conmovió y dijo:

-¿Donde le pusiste?

Le dijeron:

-Señor, ven y ve.

Jesús lloró y los judíos decían entre ellos: ''Mirad cómo le amaba''

Y algunos de ellos dijeron: ''¿No podía este, que abrió los ojos al ciego, haber hecho también que Lázaro no muriera?''

Jesús, profundamente conmovido otra vez, vino a la tumba. Era una cueva, y tenia una piedra puesta encima. Dijo Jesús:

-Quitad la piedra.

Marta, la hermana del que había muerto, le dijo:

-Señor, hiede ya, porque es de cuatro días.

Jesús le dijo:

-¿No te he dicho que si crees, verás la Gloria de Dios?

Entonces quitaron la piedra de donde había sido puesto el muerto. Y Jesús, alzando los ojos a lo alto, dijo:

-Padre, gracias te doy por haberme oído. Yo sabia que siempre me oyes; pero lo dije por causa de la multitud que está alrededor, para que crean que Tú me has enviado.

Y habiendo dicho esto, clamó a gran voz:

-¡Lázaro, ven fuera!

Y el que había muerto salió, atadas las manos y los pies con vendas, y el rostro envuelto en un sudario. Entonces Jesús les dijo:

-Desatadle, y dejadle ir.

Entonces muchos de los judíos que habían venido para acompañar a Maria, y vieron lo que hizo Jesús, creyeron en Él.

El mismo año, seis días antes de la pascua, vino Jesús a Betania, donde estaba Lázaro, el que había estado muerto, y a quien había resucitado. Y le hicieron allí una cena; Marta servia y Lázaro era uno de los que estaba sentado en la mesa con Él. Entonces Maria tomó una libra de perfume de nardo puro, de mucho precio, y ungió los pies de Jesús, y los enjuagó con sus cabellos; y la casa se llenó del olor del perfume. Y dijo uno de sus discípulos, Judas Iscariote, hijo de Simón, el que le había de traicionar:

-¿Por qué no fue este perfume vendido por trescientos denarios, y dado a los pobres?

Entonces Jesús dijo:

-Déjala, para el día de mi sepultura ha guardado esto. Porque a los pobres siempre los tendréis con vosotros, mas a mi no siempre me tendréis.

Algún tiempo después se cumplía su profecía y Jesús moría en la cruz, legando su madre a san Juan, y el mundo a san Pedro. El primer día de la semana, Maria Magdalena fue de mañana, siendo aun oscuro, al sepulcro de Jesús, y vio quitada la piedra del sepulcro. Se quedó afuera llorando; y mientras lloraba, se inclinó para mirar dentro del sepulcro; y vio a dos ángeles con vestiduras blancas, que estaban sentados el uno a la cabecera, y el otro a los pies, donde el cuerpo de Jesús había sido puesto. Y le dijeron:

-Mujer, ¿por qué lloras?

Les dijo:

-Porque se han llevado a mi Señor, y no se dónde le han puesto.

Cuando había dicho esto, se volvió, y vio a Jesús que estaba allí; mas no sabia que era Jesús. Jesús le dijo:

-Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?

Ella, pensando que era el jardinero, le dijo:

-Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo lo llevaré.

Jesús le dijo:

-¡María!

Volviéndose ella, le dijo:

-¡Raboni! -que quiere decir "Maestro".

Jesús le dijo:

-No me toques, porque aún no he subido a mi Padre; mas ve a mis hermanos, y diles: ''Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios.''

Aquí se detiene la historia contada por los santos Apóstoles y comienza la tradición. Ésta nos relata que los judíos, para castigar a Marta, a Magdalena, a Lázaro y a Maximino por su fidelidad a Cristo más allá de la muerte, los forzaron a entrar en una barca y un día de tormenta los lanzaron al mar, sin vela, sin timón y sin remos. Al ver que la barca flotaba a la deriva, los condenados comenzaron a cantar himnos de gracias al Salvador y pusieron su fe como piloto. El viento se redujo, los mares se calmaron, el cielo se volvió claro y un rayo de sol vino a rodear la barca como una areola de fuego.

La barca se deslizaba sobre el mar como guiada por una mano divina y vino a desembarcar a los obreros de Dios en un lugar de las costa de Marsella, que luego se llamaría Santa Maria de la Mar, cerca de Arles. Estos obreros de Dios, enviados de sus buenas nuevas y apóstoles de su religión, se dispersaron en ese territorio para distribuir a los que tenían hambre la santa comida que traían de Judea.

Mientras Marta estaba en Aix con Magdalena y Maximino, que fue el primer Obispo de esa ciudad, los diputados de la ciudad vecina de Tarascón, atraídos por las historias de los milagros de los siervos de Dios, vinieron a suplicarles que derrotaran a un monstruo que devastaba su territorio. Marta tomó permiso de Magdalena y de Maximino, y siguió a estos hombres.

Al llegar a las puertas de la ciudad todo el pueblo los estaban esperando, pero al verla a ella sola muchos le dijeron que no tenían esperanza de que una sola mujer pudiera vencer a ese poderoso monstruo. Ella sólo respondió preguntando dónde se encontraba ese famoso dragón. Entonces se le mostró un pequeño bosque cercano a la ciudad, y ella se dirigió allí enseguida y sin ninguna defensa.

Luego se escucharon algunos rugidos, y todos en el pueblo temblaron y se compadecían de esa pobre mujer, que había emprendido un trabajo en vano, sin armas, y a un lugar en donde ningún hombre armado del pueblo se atrevía a ir. Pero pronto los rugidos cesaron, y Marta reapareció, portando una pequeña cruz de madera en una mano, y en la otra al monstruo, atado a una cinta que ella había tomado de sus vestiduras. Así avanzó en medio de la ciudad, glorificando el nombre del Salvador y entregando al pueblo al dragón, como si fuera un juguete y aun ensangrentado de su ultima victima.

En esta leyenda descansa la veneración que dedicaron a santa Marta los habitantes de Tarascón. Una fiesta anual perpetúa el recuerdo de la victoria de la santa sobre la Tarasca, ya que el dragón tomó el nombre de la ciudad afectada por él. La víspera de este día solemne, el alcalde de la ciudad, al sonido de las trompetas, hace publicar que todos los habitantes quedan prevenidos de la salida del dragón, y que no se hace responsable de ningún herido ni de daños provocados por él. Al siguiente día toda la ciudad está en las calles a la espera de la salida de la Tarasca.

La Tarasca, un animal representado de manera repulsiva, para recordar al dragón de la antigüedad, podía tener hasta veinte pies de longitud, una enorme cabeza redonda, una inmensa boca, que se abre y cierra con un resorte, unos ojos brillantes, un cuello que entra y se alarga en el cuerpo gigantesco, que está destinado a contener las personas que lo hacen mover; y por último una larga cola que se mueve a doquier y que podía provocar heridas a los que se le acercaban.

El segundo día de la fiesta de Pentecostés, a las seis de la mañana, treinta caballeros del tarasque, vestidos con túnicas y adornos instituidos por el rey, vienen a recoger al animal a su guarida. Doce caballeros entran es su vientre y le imparten el movimiento, mientras que una joven vestida como santa Marta le ata una cinta azul al cuello y se ponen en marcha bajo los gritos de la multitud. Si algún curioso pasa demasiado cerca, la Tarasca alarga el cuello y lo toma con su boca por el calzón, manteniéndolo sujeto hasta lanzarlo a la multitud.

Si algún imprudente se aventura detrás de ella, la Tarasca, de un golpe de cola, lo lanza nuevamente. Cuando se siente muy asediado, sus ojos lanzan llamas, que llegan a setenta y cinco pies y que que queman todo lo que se encuentra a su paso. Por otra parte, si el dragón, en su camino, advierte algún personaje importante de la ciudad, va hacia él con mucha amabilidad, envuelve su cola de alegría y abre su boca en señal de hambre, y el individuo agraciado, que sabe lo que quiere decir, le lanza una moneda, que al final viene a parar a los caballeros que lleva en el vientre.

Cuando la guerra entre Arles y Tarascón, los de Tarascón se rindieron al ser tomado el pueblo. Los de Arles no encontraron mejor forma de humillar a los vencidos, que quemar a la Tarasca en un lugar publico. Era un dragón de gran valor, con unos mecanismos muy sofisticados y que había costado en aquella época unos veinte mil francos en su construcción.

Desde aquel tiempo, en Tarascón nunca se ha podido sustituir una Tarasca como aquella. Ahora tienen una más pequeña y pobre en comparación con la que fue quemada, y es la que visitamos, y que nos pareció, a pesar de los lamentos de nuestro guía, de un aspecto bastante bueno.

Ahora, como en toda tradición hay una parte de historia, y en todo milagro un punto que puede explicarse, es probable que un cocodrilo venido de Egipto, como el que se mató en el Ródano y cuya piel se conservó hasta la Revolución en el Hotel de Lyon, hubiera establecido su guarida en los alrededores de Tarascón, y que Marta, que había aprendido cómo se atacaba a estos animales con personas que habían vivido a la orilla del Nilo, llegó a vencer a este monstruo en la ciudad, donde su recuerdo se guarda con tan grande honor.

Nouvelles impressions de voyage, 1841

Bruno Alcaraz Masáts

viernes, 30 de enero de 2009

Un rincón de la Alhambra desaparecido



Fotografía, de autor anónimo, realizada en 1853
desde la parte posterior de Palacio o Cuarto de los Leones.

Esta fotografía inédita fue publicada por Juan Bustos, Cronista Oficial de la Ciuad de Granada
en una separata coleccionable del diario Ideal que llevaba por título 
"Granada, laberinto de imágenes y recuerdos", y que se editó en 1989.


En ella se puede observar el aspecto trasero de la parte sur del Palacio o Cuarto de los Leones, en la zona de la rauda o antiguo cementerio real de la Alhambra, (Rawda, es un término árabe y significa cementerio).

A espaldas del Palacio o Cuarto de los Leones, estaba situado este panteón real donde la familia real enterraba a sus familiares difuntos.


Cuando se realizaron las primeras excavaciones a finales del s. XIX, se encontraron vacías las tumbas pues Boabdil, el último rey nazarita de la Alhambra, de acuerdo a lo estipulado en las Capitulaciones, se llevó los restos de sus antepasados a una zona indeterminada de Mondújar en 1492, una población cercana al valle de Lecrín, en el camino del exilio a Laujar de Andarax, en La Alpujarra.


Hace unos años, en las excavaciones realizadas en 1999-2000 fueron encontrados estos restos de las viviendas.

En la descripción de la fotografía se observa, al fondo a la izquierda la fachada Este del palacio de Carlos V y, al otro lado, a la derecha está la torre almenada y un techo con tejado a 4 aguas del Salón de Embajadores.

Las casas que se observan en primer término son unas viviendas hoy desaparecidas y habitadas hasta finales del siglo XIX, y tras ellas se observa, a la izquierda la torre estrellada del Salón de Abencerrajes y a su lado, a la derecha, la Torre de la Rauda y la zona palaciega que se denomina como el Patio del Harem.

Enfrentada a estas dos torres se haya, hacia la derecha, la Sala de Dos Hermanas y una de las cúpulas de la Sala de los Reyes.

Este Palacio o Cuarto de los Leones era la zona de carácter privado de los reyes nazaríes y fue edificada por mandato de Muhammad V.

Hoy en día, y dado que la edificación del palacio erigido por mandato de Carlos V, destruyó una trama urbana de calles y edificaciones, se supone que por aquí debió de estar el acceso principal hacia la calle Real de la Alhambra.

Bruno Alcaraz Masáts

jueves, 29 de enero de 2009

Jean-Léon Gérôme
un pintor del romanticismo francés


Jean-Léon Gérôme
(11 de mayo de 1824 - 10 de enero de 1904)

Pintor y escultor francés academicista cuyas obras son,
por lo general, de tema oriental, histórico o mitológico.

Se fue a París en 1841 para estudiar en la Académie Julian
donde trabajó para Paul Delaroche a quien acompañó a
su viaje por Italia (1844-1845).


A su regreso a Francia exhibió su obra Pelea de gallos con la que ganó una medalla de tercera clase en 1847. Fue su primer premio.

En los años venideros su popularidad y prestigio fueron agrandándose, consiguiendo un gran reconocimiento por sus obras.


Piscina del harén

En 1854 Gérôme hizo un viaje a Turquía y a las orillas del Danubio.

En 1857 visitó Egipto. Bastantes de sus obras están inspiradas e
impregnadas de lugares y entornos que el artista visitó en sus viajes.


El baño de vapor Allumeuse de narghilé

Con su obra César (1859), Gérôme intentó volver a los orígenes
de su trabajo, pero la pintura no recibió demasiado interés
por parte del público.


Preparación al baño y El baño del harén

Cuadros posteriores del pintor, no sólo no le devolvieron su
reputación perdida, sino que además consiguió que parte
del público se escandalizara por los temas que
el artista seleccionaba para sus obras.

El baño de vapor y El baño

Esto le trajo como consecuencia algunos ataques por parte de Paul de Saint-Victor y Maxime Du Camp.


Mercado de esclavas y Subasta de esclavos

Jean-Léon Gérôme fue elegido miembro del Institut de France en 1865.

Murió en 1904 y fue enterrado en el Cementerio de Montmartre, París.

Bruno Alcaraz Masáts

miércoles, 28 de enero de 2009

Bando emitido el 24 Junio de 1808
por la Junta Suprema de Granada


Retrato ecuestre de Napoleón cruzando los Alpes,
oleo de Jacques-Louis David, tambien conocido como
Retrato ecuestre de Bonaparte en el monte Saint-Bernard,
realizado al óleo sobre lienzo entre 1801 y 1805, inicialmente
encargado por el Embajador de España en Francia en 1800.

La Guerra de la Independencia española surgida en 1808 fue un conflicto armado por la oposición de España a la pretensión del emperador francés Napoleón Bonaparte (Napoleón I) de instaurar y consolidar en el trono español a su hermano José Bonaparte, en detrimento de Fernando VII de España, desarrollando un modelo de Estado inspirado en los ideales bonapartistas.

La invasión de España en 1808 dio lugar a una insurrección permanente en toda la península Ibérica, con una lucha guerrillera que absorbería grandes recursos humanos y financieros del Imperio de Francia, para combatir el malestar en las ciudades y los actos de la guerrilla en campo abierto y serranías.

El 6 de octubre de 1806, el Favorito de la Corte o ''Príncipe de la Paz'', Don Manuel Godoy lanzaría una proclama a la nación que causó muy mala impresión en el emperador francés. Godoy estaba atado de pies y manos cada vez más por la situación: Napoleón consigue de él todo lo que le pide. A finales de 1806, los fernandistas, una vez muerta esposa napolitana del Príncipe de Asturias, inician una aproximación hacia Francia.

Retrato de Don Manuel de Godoy y Alvarez de Faria, Primer
Ministro o Ministro Universal durante el reinado de Carlos IV,
Primer Duque de Alcúdia y de Sueca y que a todos estos
honores los reyes le añadirán el de ''Príncipe de la Paz''
con motivo de firmarse el segundoTratado de Basilea
el 22 de Julio de 1795 , siendo "El Favorito" de la Corte,
retratado por Agustín Esteve.

Así, el 18 de octubre de 1807 un cuerpo expedicionario francés al mando de Junot cruza la frontera española en dirección a Portugal y el 30 de noviembre de 1807, Junot entra en Lisboa. La rapidez con que se suceden los acontecimientos deja obsoleto el Tratado de Fontainebleau.

El proceso de El Escorial origina el segundo viraje de la política de Napoleón: se plantea seriamente intervenir en la situación española. El numeroso contingente francés que, al mando de Murat (desde febrero de 1808), entró en España entre diciembre de 1807 y la primavera de 1808 bajo el pretexto de cubrir la retaguardia de Junot, tenía como propósito invadir la totalidad de la Península.

Según relataba Ernesto Canales, “en los inicios de la guerra ocasionada por la invasión napoleónica a España, las Juntas Supremas surgidas de la movilización antifrancesa ocuparon el vacío de poder creado por el descrédito de las antiguas autoridades y se esforzaron en reconducir los estallidos de violencia popular hacia posiciones compatibles con el control social, en un movimiento que habría de repetirse durante los episodios revolucionarios del siglo XIX”.

Este bando de la Junta Suprema de Granada destaca por la crudeza de su determinación en el mantenimiento del orden público, expresada en unos términos que hacen dudar de que el verdadero enemigo sea el ejército francés.

El cronista de la época, Francisco de Paula Valladar, escribió toda una serie de artículos que fueron publicados en la revista La Alhambra, entre 1810 y 1812, donde narraba la invasión napoleónica a Granada en 1810, al mando del general Sebastinai, y el malestar que supuso su presencia en Granada hasta 1812, en que iniciaron la retirada.

El político y literato granadino Francisco de Paula Martínez de la Rosa fue el Comisario de la Junta de Granada ante la invasión de las tropas napoleónicas, quien, al ser ocupada esta ciudad, pasó a Cádiz (1810).

Conocido el bando de la Junta Suprema de Granada, en el que se impedía la reunión de corrillos de más de cuatro personas y se prohibía portar armas, entre otras medidas de carácter restrictivo, dicho bando se terminaba con un “se pondrá la horca en el sitio acostumbrado”, en clara referencia a la firme determinación del Rey Fernando VII de devolver la paz social a través de las Juntas Supremas creadas al efecto, aunque el coste humano fuese elevado y las garantías legales nulas.

Cuando las tropas de Napoleón invadieron Granada a principios del siglo XIX, trasladarían este tradicional lugar de ejecuciones de Plaza Nueva, al ser el lugar elegido por el general Sebastiani para efectuar dichas ejecuciones: el Campo del Triunfo, en el exterior de la Puerta de Elvira.

El texto del bando, sería recuperado por Antonio Gallego y Burín, para su publicación en “Granada en la Guerra de la Independencia. Los periódicos granadinos en la Guerra de la Independencia “, editado por la Universidad de Granada en 1923.

El texto del citado bando era una proclama real que decía:

Bando para imponer el orden público en Granada en 1808

Retrato del Rey Fernando VII de Borbón, llamado el Deseado
o el Rey Felón, vestido con uniforme de capitán general,
óleo sobre lienzo, de 107'5 x 82'5, realizado entre 1814-1815
por el Primer Pintor de Cámara Vicente López Portaña,
expuesto en el Museo del Prado.

Don Fernando VII por la gracia de Dios Rey de España y de las Indias, y en su Real nombre la Junta Suprema de gobierno, formada en esta capital.

Ha visto con dolor que los medios de suavidad y dulzura con que dicha Junta Suprema se ha conducido hasta ahora para contener al pueblo, lejos de producir los saludables efectos que se proponía, sólo han servido para insolentar cierta clase de gentes, que animadas de un espíritu inquieto y revoltoso sólo tratan de insultar las autoridades constituidas, infundiendo el desorden y el terror, para entregarse con descaro al asesinato y al pillaje.

Está muy bien persuadida esta Suprema Junta, de que la parte ilustrada y honrada de este vecindario, dista mucho de incurrir en semejantes excesos; pero se ve ya en la dura necesidad de tomar medidas vigorosas contra los malvados a quienes nada ha podido contener.

Los principales motores de este alboroto son los enemigos de la Patria, los que ganados por los franceses bajo las apariencias de celo, procuran oprimir a los buenos patricios y entorpecer las operaciones de la Junta, con el fin de proporcionar ventajas a los ejércitos enemigos.

Por tanto, y para evitar la multitud de desórdenes y los desgraciados resultados que forzosamente deben seguirse, la Junta Suprema ordena y manda:
1º. Que no se forme reunión alguna de más de cuatro personas, sea de hombres o mujeres o de unos y otros, así en las puertas de esta Real Chancillería, como en cualquiera otro paraje de esta ciudad, bajo la pena de que será disuelta a viva fuerza.
2º. Que todo corrillo de dicha clase que a la primera intimación de un jefe de patrulla no se dispersase, experimentará igual suerte.
3º. Que ninguna persona, sea de la clase que fuese, excepto los militares, Ministros y dependientes de Justicia, puedan llevar ninguna clase de armas, aun de las permitidas, y los que sean aprehendidos con ellas sufrirán irremisiblemente, siendo nobles, la pena de 10 años de presidio y los plebeyos además de ésta, la de 200 azotes.
4º. Que todo el que tuviese la osadía de invitar a algún Magistrado o constituido en pública autoridad, sufrirá irremisiblemente la pena capital.
5º. Que para evitar que los niños de ambos sexos sean víctimas inocentes por el abandono de sus padres o personas a cuyo cargo estén, se prohíbe que ninguno de ellos ande por las calles, siendo responsables en caso de contravención, sus padres, madres y maestro con quien estén de aprendices.
6º. En las toneleras y tabernas no se permitirán a ninguna hora del día ni de la noche, concurrencias, pena de 8 años de presidio que irremisiblemente se impondrá a los contraventores y que los dueños responderán de los mozos a cuyo cargo las tengan; ninguna estará abierta ni despachará después de las 9 de la noche, bajo la misma pena.
7º. Para el más pronto cumplimiento de estas providencias, se pondrá la horca en el sitio acostumbrado, suplicio que sólo amenaza a los malvados y sediciosos.

La Junta Suprema espera de todos los vecinos honrados de esta ciudad, el auxilio que tanto les interesa prestar en una causa de que dependen su seguridad, sus intereses y aun su misma vida.

Está rubricado por tres señores de la Junta Suprema de Granada

Granada y Junio de 24 de 1808

Como Habilitado, Dr. D. José Sandoval y Melo.

Bando reproducido por Antonio Gallego y Burín en:


Granada en la Guerra de la Independencia. Los periódicos granadinos en la Guerra de la Independencia.

(Universidad de Granada, 1923), pp. 143-144

Bruno Alcaraz Masáts