lunes, 26 de julio de 2010

Confesión de los moriscos
de Don Francisco de Quevedo
- Escrito de 1631 -

Retrato de Don Francisco de Quevedo,
atribuido a Velázquez o Juan van der Hamen

Francisco Gómez de Quevedo y Santibáñez Villegas, nació en Madrid, 14 de septiembre de 1580, en el seno de una familia de la llamada aristocracia cortesana, fue escritor español del Siglo de Oro, un noble y un político, considerado como uno de los más destacados de la Historia de España.

Ostentó los títulos de Señor de La Torre de Juan Abad y Caballero de la Orden de Santiago.

Detenido en 1639 y encarcelado en el monasterio de San Marcos (León) por un asunto oscuro que habla de una conspiración, es acusado de desafecto al gobierno.

Falleció en Villanueva de los Infantes, tras ser liberado en 1643, siendo considerado ya como un hombre acabado, se retiró a sus posesiones de La Torre de Juan Abad para después instalarse en Villanueva de los Infantes, Ciudad Real, en donde fallecería el 8 de septiembre de 1645.

Hombre muy culto, su obra literaria es inmensa y contradictoria, de su prolífica obra en verso, se conservan casi 900 poemas y de su prosa quedan sus textos "Política de Dios y gobierno de Cristo", "Vida de Marco Bruto", "La vida del Buscón llamado don Pablos", "Los nombres de Cristo" y "Los sueños".

Entre sus poesías, la amorosa, de corte petrarquista hay un sinnúmero de sonetos endecasílabos, pero también abunda el romance octosílabo y la redondilla. La poesía titulada "Epístola satírica y censoria..." es considerada como un alarde magistral de tercetos endecasílabos encadenados.

Quevedo fue un hombre muy culto, agudo, cortesano y amargado, y su matrimonio con la viuda Esperanza de Mendoza (1634) no le proporcionó ninguna felicidad al que fue considerado “un gran misógino”. Se separó de ella a los pocos meses:

Con la "Confesión de los moriscos", Quevedo infiere una puñalada a los moriscos como cristianos practicantes (conversos), situando en primer plano el habla morisca o una versión caricaturesca del mismo como un índice de este, ya expulsado, por la práctica religiosa en grupos minoritarios y la comprensión social.

Aquí hay un fuerte vínculo con la religión católica, que se estima entre el discurso y la fe, y pone de relieve que la vinculación no es necesariamente algo significativo en sí mismo.

Lo que llama la atención, más bien, es la manera en que Quevedo moviliza a los supuestamente desviados del habla de los moriscos de servir a su religiosidad festiva, lúdica, y no (una cruel realidad) con fines poco espirituales.

Implícito en el juego, por supuesto, es una información importante en relación con las ideologías del lenguaje, que implicaban el uso del lenguaje y la pragmática, en general, en la Castilla del siglo XVII.

Confesión de los moriscos

Yo, picador, macho herrado, macho galopeado, me confieso a Dios
barbadero y a soneta María tampoco, al bien trobado san Sánchez
Batista y a los sonetos apóstatas san Perro y san Palo, y a vos,
padre espertual, daca la culpa, toma la culpa.

Vuélvome a confesiar a todos estos que quedan aquí detrás, y a vos,
padre espertual, que estás en lugar de Dios, me deis pestilencia
de mis pescados, y me sorbáis dellos.

Amén, Jesús.

Bruno Alcaraz Masáts