domingo, 4 de diciembre de 2011

El mal de la Podagra en el Emperador Carlos V
'Carlos V a caballo en Mühlberg', de Tiziano (Museo Nacional del Prado)
Durante la Edad Media existía en Europa una medicina de carácter eclesiástico, armonizada con una medicina paralela, no oficial sino con un gran carácter supersticioso, que ejercían  curanderos, santiguadores, algebristas y ensalmadores.

La medicina medieval no pudo, en general, desprenderse de esa etapa mágica y por ello fue, en parte, empírica y muy poco racional.

En 1348 se establecieron en una serie de prescripciones las cualidades, obligaciones y derechos médicos y no será hasta la creación del Tribunal de Protomédicos, el Protomedicato, de Papa Juan II, cuando realmente se moralice y dignifique el ejercicio de la profesión médica.

En España, durante la primera parte de la Edad Media la medicina estuvo en manos de reputados médicos hispano-musulmanes de al-Ándalus y judíos y también existía toda una corte algebristas, santiguadores, ensalmadores, aojadores y charlatanes errantes.

El Real Tribunal del Protomedicato fue creado en España en el siglo XV, según la Real Cédula emitida por los Reyes Católicos del 30 de marzo de 1477, para vigilar el ejercicio de las profesiones sanitarias, ejercer una función docente y atender a la formación de estos profesionales.

Un refrán de la época venía a resumir la farmacopea y el tratamiento médico de la época medieval:
"sangrías, lavativas, purgas y ventosas, y siempre las mismas cosas".
Cirujanos cortan debajo de la lengua por la podagra (superior izquierda);
y efectuan una evacuación de heces por hemorroides (inferior derecha).
Londres, Biblioteca Británica,
Harl. 1585,  folio 9r - Epistola ad Antiochum Regem
Anterior a este estado de cosas, llegaría a España la palabra podagra, que surgió en la gramática antigua griega, aunque ya identificada en Egipto en el año 2640 a.C. y definida desde Hipócrates (469 – 337 a.C.), Aristófanes y Asclepides, que se formó de una palabra mucho más antigua, puesto que aparece en escritos del siglo V a.C., en que surgió a partir de la unión de dos palabras, como numerosas palabras procedentes de la Grecia Clásica, donde podágrā, procedía de ποδάγρα (‘pod o podo’ de πο-ῦς/-δός gr. de ‘pie’ y de ágrā ἄγρα), y en Grecia era ‘’cepo de caza' creando ‘podagrea’ por la utilización de una metáfora tomada del significado propio, ‘’cepo de caza que coge el pie’’, pasó al latín del siglo I a.C. como podagra; a través del latín al francés y de aquí al castellano, siendo su antónimo la palabra antípoda.

En la mitología griega existen dos versiones sobre el origen de la enfermedad.

Según la primera, la podagra nació del triste Cocito, concebida en las entrañas del demonio Meguera en las cuevas del Tártaro y en sus labios Alecto vertió su leche amarga.

La segunda versión, más popular, señala que se origina en la seducción de Afrodita (Venus) por Dionisio (Baco); implicaba pues, la intervención de un poder sobrenatural y representaba un sacrificio en el altar de la intemperancia y la sensualidad.

En un cuento de Luciano, la diosa del Amor dice: ‘’Me llaman podagra porque soy un cepo…’’ y los cazadores de aquella época describían este mal desconocido para ellos como ‘’me ha cogido el cepo por la pierna’’.

Grabado inglés del siglo XIX sobre la Podagra et Aranea
El concepto de la intervención sobrenatural perduró mucho tiempo, aún en la era cristiana y por esto encontramos tantas descripciones y numerosas curaciones milagrosas.

Después de la muerte de San Ricardo, ocurrida en 1253, su confesor describió, entre otros milagros del Santo, el ocurrido al intendente de baile de la Orden, que padecía un fuerte ataque de gota y cuentan que el Santo le envió sus zapatos y que, al ponérselos, le cortaron de inmediato el acceso y nunca más lo volvió a presentar.

Podagra sería incorporada a la medicina medieval para designar un estado concreto de la enfermedad llamada ‘’gota’’, en los casos en que ésta ataca los pies, puesto que el paciente quedaba inmovilizado como si hubiera sido agarrado por la antigua trampa usada por los griegos.

La palabra podagra aparece escrita, por primera vez en el castellano, en el poema 592 de ‘La vida de Santo Domingo de Silos’ de Gonzalo de Berceo, hacia 1209:
Poema 592
Mas avié de tres annos     e non quatro complidos,
que avié de podagra     los piedes confondidos;
udió del buen confésor     andar estos roídos,
como fazié miraclos     grandes e conoscidos.

En el Diccionario de Autoridades de 1737, el primer diccionario de la Real Academia Española, aparece la palabra podagra con esta inscripción:


En esa Europa de la nobleza que transitaba tumultuosamente durante la Edad Media, la gota era una enfermedad que incapacitaba físicamente a muchos personajes relevantes de la época, y la padecieron desde el humanista Erasmo de Rótterdam (1446-1536) al emperador Carlos V de Alemania y I de España (1516-1556) quien, según se dice, “comía con insaciable apetito” y, un siglo más tarde, Thomas Sydenham (1624-1689), el médico inglés autor de un clásico, escribió el ‘’Tratado sobre la Gota’’, en el que describía con maestría las intensas crisis dolorosas de la podagra en el pie, que estallaba inopinadamente durante el sueño nocturno, ya que él padeció 32 años y recogió y documentó todas las crisis del mal de la podagra que tuvo, siendo médico y paciente.

La gota (“gout”) era, en esa Inglaterra georgiana de los siglos XVIII y XIX, una enfermedad considerada socialmente como “buena”, frente a la locura maníaca (“madness”) como ejemplo de “mala enfermedad”.

Según un estudio presentado por un equipo del Hospital Clínic de Barcelona, publicado en la prestigiosa revista médica 'New England Journal of Medicine', los médicos de la Corte, para su "sorpresa", vieron que el estudio y análisis de las pruebas "confirmaban lo recogido históricamente, padecía de gota o podagra, pero en un grado avanzado" 

Carlos V tenía gota severa, lo que probablemente fue un factor determinante en su decisión de abdicar, e ilustra cómo los estudios paleo-patológicos pueden proporcionar importante información que lleve a una mayor comprensión de la historia, ya era conocido que la gota le causaba gran incapacidad física, que el monarca la padeció desde los 28 años.

Cacería en honor de Carlos V en el castillo de Torgau

El emperador padecía episodios de este tipo con frecuencia, sobre todo hacia el final de su vida. De hecho, un ataque gotoso retrasó el intento de atacar la ciudad de Metz en 1552, durante una de las guerras con Francia.

"Como consecuencia, la llegada del invierno permitió a la ciudad francesa resistir al ejército del emperador. Según algunos historiadores, un sentimiento de culpa de que su enfermedad había llevado a esta derrota hizo a Carlos V abdicar", relata un artículo del ‘New England Journal of Medicine’.

Sus médicos le recomendaban que siguiese una dieta estricta, pero el emperador tenía un apetito voraz, sobre todo para la carne, que ya entonces se sabía que las carnes y mariscos influían en esta enfermedad. También le gustaba beber grandes cantidades de vino y cerveza. De este modo, sus hábitos dietéticos no fueron nada beneficiosos para reducir sus ataques de gota.

En 1556, sólo cuatro años después de esta batalla, Carlos V se retiraba al monasterio de Yuste, dejando la Corona de España a su hijo Felipe II y el imperio alemán a su hermano Fernando.

Grabado que representa a Carlos V coronado como Emperador
Carlos V tenía, en 1558, sólo 58 años cuando falleció de paludismo contraído por la picadura de una hembra del mosquito Anopheles, procedente de las aguas de los estanques que él ordenó construir en el monasterio de Yuste y que desarrolló como si de una clepsidra se tratase el experto en relojes e ingeniero hidrográfico Torriani frente a su ventana, pero Carlos V, ya antes de esta picadura, parecía un hombre viejo y lisiado que apenas podía caminar o utilizar sus manos.

Postal del dibujo de 1870 efectuado por V. Palmarolli
La malaria, del italiano medieval mala aria – mal aire, o paludismo, del latín palus – pantano, es una enfermedad parasitaria, producida por las especies del Plasmodium,  que se transmite por la picadura de la hembra del mosquito Anopheles.

Dibujo de la momia del Emperador Carlos V
En 1868, el cuerpo del Emperador lo exhumaron unos revolucionarios y la leyenda que corrió por el Madrid de entonces decía que el Marqués de Villaverde consiguió, tras sobornar con 20 reales a un guardián de la cripta, una falange del dedo meñique, pero que después se arrepentiría de lo ocurrido y la devolvió al Rey Alfonso XIII, quien lo depositó, cerca de donde reposaba el cuerpo del Emperador en El Escorial, en una urna de cristal.

Fotografía del doctor Julián de Zuluaga
En el siglo XX, el Dr. Julián de Zuluaga, parasitólogo y experto en medicina tropical, vio en un periódico la fotografía de un soldado republicano abrazado a una momia: era el cuerpo momificado de Carlos V, nuevamente exhumado durante un asalto a El Escorial, en la Guerra Civil Española.

Años después, el Dr. de Zuluaga pidió permiso al Rey Juan Carlos I para exhumar de nuevo el cuerpo y analizarlo en busca del paludismo, pero el Rey no lo concedió, pensando que bastantes avatares había sufrido ya la momia como para volverla a manipular.

Dibujo efectuado por el Dr. de Zuluaga
Pero en 2004 un alto cargo del Patrimonio Nacional,  informó a Julián de lo ocurrido en la Gloriosa, del suceso acaecido con el marqués de Villaverde en 1868, y de la decisión de Alfonso XIII, por lo que volvió a solicitar autorización al Rey Don Juan Carlos para analizar únicamente el dedo meñique, permiso que finalmente le fue concedido, y gracias al cual sabemos que el paludismo era la verdadera causa del fallecimiento de Carlos V.
Volviendo a la podagra del Emperador, sobre las recomendaciones alimentarias que le hicieron los médicos de la Corte, Carlos V no observó ninguna de ellas, ya que los presentes que recibía en Yuste de lugares distantes en aquella época, como Valladolid, Zaragoza, Sevilla, Ciudad Real, Toledo o Lisboa, hacían que la gula de Carlos V estuviese exacerbada entre las anguilas de Valladolid, la ternera de Zaragoza, la caza de Ciudad Real, las aceitunas de Extremadura, los mazapanes de Toledo, los frutos del mar de Lisboa y, como peculiaridad o curiosidad histórica, las ostras procedían de Sevilla y en el monasterio de Yuste el ya anciano emperador disfrutó de una especialidad regional desconocida antes por él, como era cierta variedad de perdiz conservada a base de echarle orina en el pico.

Dibujo de la momia del Emperador Carlos V
Carlos V hizo caso omiso a los consejos del médico Luis Quijada: “La gota se cura tapando la boca” y así tenía no solo estos factores de riesgo, sino un carácter pantagruélico en sus hábitos alimentarios y un elevado consumo de cerveza, ya que degustó todas las cervezas, pero especialmente para él era la ‘duplabier’, que contenía una gran cantidad de lúpulo, que era lo que confería a la cerveza su capacidad de producir gota y que se cultivó en Yuste.

Felipe II padeció también de esta enfermedad y el maestro francés de su hijo construyó para él la famosa silla-hamaca, que ahora se puede contemplar en el monasterio del Escorial. Consistía en un artilugio plegable que se convertía en cama, hamaca o sillón, según las necesidades del monarca y que el Rey utilizaba en cada ataque de gota.
Grabado de la época sobre el funeral del Emperador Carlos V
Uno de los médicos da la corte del Emperador, Luis Lobera de Ávila, escribió un libro sobre las que se citaban en esa época como las cuatro enfermedades propias de la nobleza europea y española, y que se publicaría en Toledo en 1544:
 
Lo tituló "Libro de las quatro enfermedades cortesanas (catarro o rheuma, la gota, la calculosis renal y la sífilis o mal de bubas, que era considerado el más cortesano de todos los males)", y en el capítulo dos, dedicado a la gota, escribió:
‘’Por la mayor parte viene la podagra y otros dolores de junturas en los príncipes y otros personas que viven en quietud y comen y beben demasiado’’, indicaba como una suposición este galeno, aunque en realidad escondía una velada acusación hacia el Emperador, ya que decía que la podagra estaba ‘’relacionada con el mucho coito’’.

Grabado del siglo XVI de la nobreza en las exequias del Emperador Carlos V
Bruno Alcaraz Másats

miércoles, 26 de octubre de 2011

Los ladrones de azulejos en la Alhambra,
en un dibujo de Gustavo Doré en 1864.
Página del fascículo de la revista "Le Tour du Monde", de 1864,
donde se insertó el dibujo de Gustavo Doré sobre
"Les vouleurs d'azulejos, á la Alhambra" 
En las primeras páginas del libro “Viaje por España”, el barón Charles Davillier cuenta la insistencia con la que Gustavo Doré le instaba con frecuencia:

- Pero ¿cuándo partimos para España?

- Pero, querido amigo –le respondía yo-, ¿te olvidas de que, si sé
contar, he recorrido nueve veces ya, en todas las direcciones,
la tierra clásica de las castañuelas y del bolero”.

Este viajero romántico que conocía la lengua de Cervantes y había recorrido España ya antes veinte veces en España y todavía volvería otras tres veces más como si fuese su tierra natal, estaba considerado en Francia como un hispanista de renombre, inició en 1862 este viaje por España en compañía de su hermano y de Gustavo Doré, ilustrador ya reconocido por sus ilustraciones, con la única condición de que, al regresar a París, ilustrara con sus dibujos El Quijote.

El Barón Charles Davillier considerado en Francia como un erudito coleccionista de obras de arte, que había viajado por Europa en busca de obras de arte, estaba interesado por las antigüedades y la cerámica, escribió varios artículos sobre cerámica y llevó a Paris la moda por la porcelana y la loza hispano-morisca, en especial la de Talavera y Manises, terminó siendo recompensado con el nombramiento de Comendador de la Orden de Carlos III.

El viajero romántico francés el Barón Charles Duvallier.
Ya en esta época, Gustavo Doré había hecho un viaje a España, acompañando a Teófilo Gautier, buscando elementos nuevos para sus dibujos, como los había buscado en sus excursiones a Escocia y al País de Gales.

En 1862, hacia el final del reinado de Isabel II, Davillier y Doré recorrieron el país en tren, en diligencia o en mulas y enviaron puntualmente sus crónicas del "Viaje a España" a la revista "Le Tour du Monde", que durante 11 años las fue publicando de forma fragmentada en fascículos y ya en 1874 apareció una edición completa de la obra en la editorial Hachette, propietaria de la revista "Le Tour du Monde" conteneniendo los 309 dibujos de Gustavo Doré, que se habían publicado como ilustraciones en los fascículos de la revista.

Fotografía de Gustavo Doré tomada en 1861.
Queda como un curioso detalle histórico de la publicación el que, en un fascículo de la revista "Le Tour du Monde", un dibujo de Gustavo Doré del Generalife, fuese subtitulado en París “Le Generalife à Sevilla – L’Espagne (1881) – Gustave Doré “, aunque se cometieron otros gazapos en los subtítulos que pusieron los editores de la revista.
022 - El Generalife en Sevilla  (1881) - Dibujo de Doré Gustave.
Este gran coleccionista que atesoró obras de arte de toda Europa, a su muerte legó toda su colección de cuadros al Museo del Louvre, su colección de libros a la Biblioteca Nacional y la colección de porcelana y loza hispano-morisca al museo de Sèvres.

Entre los lugares que más cautivaron a estos nuevos viajeros románticos figurarían Sevilla y Granada, adonde Gustavo Doré y Charles Davillier llegarían en el verano de 1862 con un gran interés por vivir en la ciudad de Granada y recorrer sus calles, tratando de identificarse con las costumbres de la gente, sus formas de vida, se alojaron como pupilos en casa de un sastre de la calle de la Duquesa. 
Página del primer fascículo de la revista "Le Tour du Monde"
dedicado a Granada y a la subida a la Alhambra, en 1864.
Quedaron cautivados los dos viajeros, como era de esperar, por la fantasía de Granada y la magia de la Alhambra, descritas ya antes por todos los viajeros románticos y Davillier y Doré se toparon en Granada con el reino de la magia, según escribiría el Barón Charles Davillier:

"Nada sabría describir la impresión que experimenta el que atraviesa
 por primera  vez la Puerta de las Granadas.

Uno se cree transportado a un país encantado
 al penetrar bajo estos inmensos arcos de verdor, formados por
olmos seculares, y se piensa en la descripción del poeta árabe
que los compara a bóvedas de esmeraldas...".

Cuando suben a la torre de la Vela, que era como un observatorio talismán del viajero romántico, Davillier escribió:

"deslumbrados por la más espléndida vista que pueda el hombre soñar”.
Baile gitano de niños en El Sacromonte (1881) - Dibujo de Gustavo Doré 
En palabras de Davillier, a este viaje por España vinieron con el deseo de recorrer la España romántica que estaba ya en trance de desaparecer:

"acuciados por el peligro de lo moderno y con el propósito de reflejar
e inventariar una España que va a desaparecer"

Recorrieron la ciudad, la Vega y el Sacromonte y a Sierra Nevada entraron por Güéjar Sierra y por la loma del Castañar pasaron al valle opuesto, el de Monachil, y por San Jerónimo, la fuente de los Neveros y los Peñones de San Francisco llegaron al Veleta, cuando el sol aún permanecía oculto tras el enorme cono nevado del Mulhacén.
El barranco de Poqueira, en La Alpujarra,
dibujo de Gustavo Doré fechado en 1862.
Tras una corta estancia en Jaén, Doré y Davillier regresaron a Granada durante unos días más y se encaminaron hacia Almería a través de la Alpujarra. De su estancia en la Sierra Doré dejó dos hermosos dibujos, un nevero y el Panderón del Veleta.
Un nevero de Sierra Nevada - Guia, dibujo tomado a partir de
una fotografía que encontró Doré en Lanjarón.
Entre estos dibujos directos dibujados por Gustavo Doré destacaría el de unos extranjeros sorprendidos robando los azulejos de la Alhambra, dibujo que fue publicado en 1864 con la leyenda “Les voleurs d’azulejos, à la Alhambra”, y que hoy se puede consultar en la Biblioteca Nacional de Francia, en el X Volumen del año 1864 de la revista "Le Tour du Monde".

Aquella era una época donde unos viajeros románticos dejaban su firma en las paredes o en las fuentes de la Alhambra y otros viajeros menos románticos decidían regresar a su tierra con algún recuerdo material de los palacios nazaríes y no existía nada más atractivo que desencajar de una pared con un martillo un azulejo con la intención de robarlo, para inmediatamente esconderlo en los bolsillos de sus macferlands o en una bolsa, donde también las damas utilizaban sus estolas o los refajos de sus faldas de miriñaque para salir airosas del recinto alhambreño con este robo cargado de tintes caprichosos.

Gustavo Doré captó en este dibujo el momento de la extracción de un azulejo por un matrimonio, donde el viajero parece que cruza su mirada con Doré, mientras la mujer vigila para no ser descubiertos.
Dibujo de Gustavo Doré sobre los ladrones de azulejos, en la Alhambra
El viajero escocés Henry Davis Inglis, que visitó la Alhambra en 1830, nos dejó escrito el libro “Spain in 1830”, publicado por Whittaker. Treacher and co, en dos volúmenes a su regreso a Londres en 1831, donde se lee una posición crítica sobre el vandalismo que practicaba cierto tipo de viajeros:

 “Muchos inconscientes han arrancado trozos de la decoración
de las paredes en distintas partes de la Alhambra, pero
la vieja que ahora acompaña al visitante,
cumple su cargo tan cuidadosamente que, a menos
que sea asequible mediante soborno,
me parece difícil que pueda cometerse un hurto”.

Pero el soborno al vigilante o al guía, 34 años después, cuando Davillier y Doré llegan a la Alhambra, seguía vigente cuando los viejos y semiabandonados palacios de la Alhambra estaban en primavera y verano concurridos por viajeros románticos que venían a sumergirse en una historia que desaparecía poco a poco y otros viajeros menos románticos, que recorrían España arrancando “trofeos” en aquellos castillos y palacios que visitaron y en la Alhambra robaban entre 5 o 10 azulejos que exhibirían orgullosos a su vuelta.

El historiador Robert Irwin indica en su libro "La Alhambra" que algunos de estos botines de azulejos, trocitos de piedra y de estucos han terminado en Londres en el British Museum y en el Victoria and Albert Museum.

Cuando cambió el ciclo histórico de España, se produjo el cambio real entre el viajero romántico y el viajero ilustrado y esta nueva mentalidad en el visitante a la Alhambra hizo que el robo de azulejos decreciera ya en los primeros años del siglo XX, hasta desaparecer.

A Davillier y a Doré, después de subir a Sierra Nevada y asomarse a las cumbres del Veleta y el Mulhacén, les llegaría el momento de su partida.

De ese adiós a Granada y a la Alhambra, que solía ser transformado para un viajero romántico en un "Hasta luego, Granada", escribió Davillier unas dolidas palabras sobre la partida:


"Después de algunos días consagrados al reposo y a nuestras visitas
a la Alhambra, resolvimos, no sin pena, decir adiós, o más bien,
hasta la vista, a nuestra querida Granada."

Como el ferrocarril no había llegado aún a Granada, tuvieron que conformarse con dos plazas en la imperial de la diligencia pagando 2 reales por legua recorrida.
Anuncio de coches de alquiler, mediados siglo XIX
Con cierta nostalgia comentaría Davillier el sueño deseado por todos los viajeros románticos, que no era otro que el asalto a la diligencia por bandoleros:

"Tal vez hayan alimentado algunos la secreta esperanza de
asistir por una vez en sus vidas a ese drama de
gran carretera que se llama el
“Asalto a la diligencia”.

Esta pequeña emoción nos ha sido negada siempre".

Los viajeros románticos y los escritores franceses fueron los que inventaron la imagen de la España de charanga y pandereta, con bandoleros generosos que asaltaban las diligencias de los viajeros ricos para después socorrer a los pobres y, en esa humanización del bandolerismo, se expresaban en París, antes de partir hacia España, que “esperaban encontrarse con un trabuco romántico”.

Aunque Davillier describió el bárbaro ritual que se aplicaba contra bandoleros y bandidos por parte de las autoridades: se les ejecutaba y colgaban sus cuartos y cabeza en los caminos donde se desarrollaron y habían tenido lugar sus fechorías para que sirvieran de escarmiento, escribiendo:

“Aún no hace mucho tiempo era costumbre en Andalucía,
principalmente, que
cuando un bandolero temible había sido capturado,
 se expusiera su cabeza en público.
Se metía en una jaula de hierro en lo alto de un poste que se colocaba
al borde de algún camino frecuentado…”

Pero solo los viajeros románticos como el hispanista neoyorquino Alexander Slidell-Mackenzie (1829), el belga Charles Didier (1836) y la viajera romántica británica Annie Harvey (1872) recogieron en sus libros escritos sobre su viaje por España los asaltos vividos a las diligencias en las que viajaban en distintas épocas del siglo XIX, destacando el capítulo del libro de Annie Harvey “Cositas españolas: Every Day Life in Spain”, que tituló “Robo a la diligencia rumbo a Santa Fe”.

Davillier nos cuenta en su libro que él se tuvo que conformar con una estampa que compró por dos cuartos en Granada y que representaba la soñada escena de unos bandoleros asaltando una diligencia real. 
061-Vista general de la Alhambra -1862
El Barón Charles Davillier y Gustavo Doré fallecieron el mismo año, en 1883.
LIBRO RECOMENDADO:

Viaje por Andalucía. Charles Davillier.
con ilustraciones de Gustave Doré
Prólogo de Alberto González Troyano
Editorial Renacimiento. Año: 2010
ISBN: 978-84-8472-485-8

Relato del viaje que el barón Charles Davillier,
caballerizo mayor de Napoléon III, y el grabador Gustave Doré
emprendieron a España en 1862, hacia
el final del reinado de Isabel II.

Publicados de forma fragmentada entre 1862 y 1873 en la revista
"Le Tour du Monde", el testimonio escrito de Davillier y las ilustraciones
de Doré buscan una España que estaba a punto de desaparecer
y enfrentaba las modernidades de fines del siglo XIX:
la expansión del ferrocarril, el surgimiento de
una clase obrera,la ausencia de bandoleros, entre otros rasgos.

Bruno Alcaraz Masáts

miércoles, 12 de octubre de 2011

Curiosidades del primer viaje
de Cristóbal Colón en 1492
Cristóbal Colón, en la pintura Virgen de los Navegantes
pintura de Alejo Fernández, entre 1505 y 1536
(Sala de los Almirantes, Reales Alcázares de Sevilla)
Aunque Cristóbal Colón fuese un genial navegante, no se distinguió por la originalidad de sus concepciones geográficas.

El más antiguo de los manuscritos en el que aparece algún territorio del Nuevo Mundo.
 Fue trazado en 1492 y pudiera ser que lo dibujara Colón y
representa la parte noroccidental de La Española.
Los principales argumentos a favor de la proximidad de Asia y España habían sido recopilados y discutidos ya a finales del siglo XIII por Roger Bacon en su “Opus Maius”, tras la difusión de los increíbles viajes de Marco Polo y después de tener conocimiento de los viajes de los franciscanos a Extremo Oriente (fray Pian del Carpino y fray Rubruc) donde se aducía a la fauna parecida de África y la India, como los elefantes, o a la proporción de tierra y agua, según Esdras (seis partes a una).

Paolo dal Pozzo Toscanelli,
Fresco de V. Vasari,
Palazzo Vecchio, Florencia.
Después aceptaron la doctrina de Bacon tanto Pedro d’Ailly (1410) como Jaime Pérez de Valencia (1484) y cuando mediados el siglo XV, Toscanelli propuso a la corte de Portugal alcanzar el Oriente por el Poniente, para lo cual envió un mapa, con el que se hizo Colón durante su estancia en Lisboa, y que llegó a Portugal a nado, tras saltar de un barco en llamas el 13 de Agosto de 1476.

Mapa de Toscanelli para el Rey de Portugal
La medición del grado terrestre (56 millas y 2/3) la tomó Colón del geógrafo árabe Alfragano (siglo IX), pero reduciendo las millas árabes (1.973,50 metros) a millas italianas (1.477,50 metros) y, en verdad, no se pudo dar nunca un cúmulo de errores tan acertado para descubrir América.

El mapa de Vinlandia es presuntamente un mapamundi del siglo XV,
copiado de un original del siglo XIII, donde aparece Groenlandia.
A sueldo de la Corona, participaron en el primer viaje 90 tripulantes, con los salarios de:
2.000 maravedíes al mes los pilotos y los contramaestres.

1.000 maravedíes al mes los marineros.

666 maravedíes al mes los grumetes.

Aunque tres las tripulaciones eran andaluces en su mayor parte (70 eran vecinos de Palos, Moguer y Huelva) también figuraban 10 vascos y 10 gallegos y un reducido número de extranjeros: un portugués, dos genoveses, un calabrés, un veneciano y un negro africano de Guinea.

Pertenecientes a diversas profesiones, contaba la tripulación con marinos profesionales y con 4 presos redimidos, un intérprete que era judío converso, un físico, un boticario, un platero y un sastre, en realidad era una tripulación reunida con prisa y que, como todos los marineros de la época, estaba formada por hombres superticiosos e ignorantes.
En este primer viaje, hay que resaltar tres importantes particularidades históricas:

1ª – No embarcaron a ningún religioso y a ninguna mujer.

2ª – En la tripulación de la Santa María figuraba Luis de Torres,
intérprete, judío converso, el primer judío en América.

3ª – En la tripulación de la Pinta figuraba Alonso de Palos,
criado de Juan Rodríguez, negro y natural de Guinea,
el primer negro en América.

El 23 de mayo de 1,492, los vecinos de la pequeña villa de Palos fueron convocados en la iglesia parroquial de San Jorge, donde en presencia de Colón y de fray Juan Pérez se leyó la orden real.

El pueblo de Palos era requerido para abastecer y armar dos carabelas, a fin de que Colón pudiera salir donde los soberanos le enviaban. La Corona pagaría por anticipado cuatro meses de sueldo a las tripulaciones, en la cuantía normal para la navegación de altura.


Se consiguieron la Pinta (de Gómez Rascón y Cristóbal Quintero) y la Niña (de Juan Niño).

Seguramente fue Juan Pérez quien atrajo a la causa a los hermanos Pinzón, pertenecientes a una antigua familia de marineros y armadores de Palos. Las tripulaciones afluyeron incluso para la tercera unidad, la nao la Gallega (de Juan de la Cosa), fletada por Colón y rebautizada con el nombre de Santa María. Tanto Santángel como Colón pidieron considerables cantidades de dinero a préstamo.

Mapamundi de Juan de la Cosa de 1500.
El Nuevo Mundo aparece en la parte superior (en verde)
el Viejo Mundo en la parte central e inferior (en blanco).
Una circunstancia que contribuyó a retrasar el viaje fue la expulsión de los judíos. En principio se había decidido que todos los judíos no conversos abandonarían el país antes del 30 de junio, pero la imposibilidad de cumplir dicho plazo hizo ampliar la fecha límite hasta el 2 de agosto.

Los judíos más ricos fletaron barcos en todos los puertos españoles y los cargaron de gente y efectos personales. Quizá los armadores de Moguer y Palos pensaron que podían obtener mayores beneficios si los dedicaban al transporte de judíos, y por ello no estuvieron bien dispuestos a fletar sus carabelas a Colón, quien a menudo se quejó de las malas cualidades marineras de la Santa María. Según las versiones la cifra de judíos expulsados en 1.492 oscila entre 160.000 y 800.000.

Grabado de Colón en Elogia, de 1575
Colón aguardó hasta el último momento la fecha de expulsión, y entonces fijó su salida para el 3 de Agosto. Las tripulaciones subieron a bordo la tarde del día 2 y zarparon de Palos media hora antes del amanecer del 3 de Agosto de 1492.

En las tres naves embarcaron noventa hombres, aunque algunos historiadores hablan de ciento veinte tripulantes:
Maqueta de la nave capitana Santa María.
En la nave capitana Santa María acompañaban a Colón, capitán general, el maestre y propietario Juan de la Cosa y el piloto Peralonso Niño.
Maqueta de la nave La Pinta.
En la Pinta iba el capitán Martín Alonso Pinzón, Francisco Martín Pinzón era maestre y Cristóbal García Sarmiento como piloto.
Dibujo de la nave La Niña.
La Niña era mandada por Vicente Yáñez Pinzón, el propietario de la nave Juan Niño iba como maestre y Sancho Ruiz de Gama como piloto.

Carta del primer viaje de Cristobal Colón.
Cristóbal Colón partió del puerto de Palos el 3 de agosto de 1492 con una tripulación integrada por 90 hombres, aunque varían estas cifras según la fuente, con víveres para tres meses y tres carabelas:

"...En este día sobredicho puso tabla el señor Cristóbal Colón,
capitán de Sus Altezas, del Rey e Reina, nuestros Señores,
para dar sueldo a los marineros e grumetes e gente
que en la dicha armada van, los cuales son los que se siguen:

Marineros:

Primeramente a Sancho Ruiz de Gama, piloto Juan de Moguer, marinero, Pérez, marinero, Alvaro, sobrino de Pérez, marinero, Pero Sánches de Montilla, marinero, Pero Arraes, marinero, Juan. Ruiz de la Peña, Juan Arraes, fijo de Pero Arraes, Juan Martínes de Açoque, Juan de la Plaça, García Fernándes, Juan Verde, de Triana, Juan Romero, marinero de Pero Gonsáles Ferrando, Francisco García Vallejos, Bartolomé Bives, Juan de Medina, Cristóbal García Sarmiento, piloto, Juan Quintero, fijo de Argueta Arraes, Juan Reinal, vecino de Huelva, Bartolomé Roldán, vecino de Moguer, marinero de Alonso López, Maldonado, Martín Alonso,
Sancho de Rama, fiólo Martín Alonso Pinçón y Pedro De Aillón.

Grumetes:

Juan Arias, portugués, Alonso de Guinea, criado de Juan Rodrígues, fijo de Francisco Chocero, Juan, criado de Juan Buen Año, Pedro Tegero, Fernando de Triana, Juan Cuadrado, Miguel de Soria, criado de Diego de Lepe, Diego de Lepe, Rodrigo Gallego, criado de Gonzalo Fuego, Bernal, criado de Alonso, marinero de Juan de Mafra, Alonso de Palos, Martín Alonso,
Pinçón, Andrés de Irueñes, Juan Reynal, Francisco Mendes..."

Tripulación de la nave capitana La Santa María:

Cristóbal Colón – Capitán General
Juan de la Cosa – Propietario y Patrón
Diego de Arana – Contramaestre
Bartolomé García – Contramaestre.
Chachu – Contramaestre
Pedro Gutiérrez – Administrador Real
Rodrigo de Escobedo – Notario.
Juan Sánchez – Médico.
Rodrigo Sánchez – Veedor (de Segovia)
Pedro Alonso Niño – Piloto.
Diego de Salcedo – Sirviente de Colón.
Antonio de Cuellar – Carpintero.
Cristóbal Caro – Orfebre.
Domingo Vizcaíno – Tonelero.
Luis de Torres – Intérprete, judío converso,
el primer judío en América.

Tripulación de la nave La Pinta:

Martín A. Pinzón – Capitán.
Francisco M. Pinzón – Patrón.
Cristóbal Quintero – Copropietario.
Gómez Rascón – Copropietario.
García Hernández – Administrador.
Maestre Diego – Cirujano.
Cristóbal García Xarmiento – Piloto.
Alonso de Palos, criado de Juan Rodríquez,
negro de Guinea – Primer negro en América.

Tripulación de la nave La Niña:

Vicente Yánez Pinzón – Capitán.
Juan Niño – Propietario y Patrón.
Bartolomé García – Contramaestre.
Sancho Ruiz de Gama – Piloto.
Bartolomé Roldán – Aprendiz de Piloto.
Juan Arias – Grumete.
Alonso Morales – Carpintero.
Maestre Alonso – Médico.
Miguel de Soria – Sirviente.
Virgen de los Navegantes por Alejo Fernández entre 1505 y 1536
(Sala de los Almirantes, Reales Alcázares de Sevilla).
Bruno Alcaraz Masáts