jueves, 2 de mayo de 2013

Los secretos de la Alhambra

 
Gran parte del monumento más visitado de España está cerrado al público o se abre sólo en contadas ocasiones.

A las abejas les fascinan los relieves árabes. Es lógico: son ideales para colocar sus panales. Pero para quienes se afanan en mantener la Alhambra impoluta, «como si fuera a aparecer la suegra en cualquier momento», las abejas son una pesadilla.

Esta 'lucha' contra los insectos no es algo que se le ocurra a los más de dos millones de visitantes que pasan cada año por el Patio de los Leones. Hay muchas cosas que escapan al turista. Por un lado están los lugares cerrados que se sueña con dar a conocer, pero también las labores minuciosas, de trastienda y restauración, que en muchos casos ya solo se desarrollan aquí. En ellas se afanan medio millar de empleados que pese a los recortes y otras complicaciones que no faltan muestran su orgullo por moverse cada día por las entrañas de uno de los parajes más famosos del mundo.

Entre los lugares cerrados al público hay algunos que jamás podrán ser visitados. Un ejemplo son las mazmorras de la Alcazaba, la fortaleza medieval de adusta silueta. Solo puede accederse a ellas, a las celdas siniestras donde los cautivos esperaban el pago de su rescate, a través de una estrecha escalera de caracol. Reformar el sitio para que sea accesible supondría su total falsificación, el adiós a su atmósfera singular; pero permitir el paso en la situación actual pondría en peligro a los turistas que se aventuraran al descenso.

Grabado anterior a 1567 de las Torres Bermejas
Otros lugares andan a la espera de una restauración total. Es el caso de Torres Bermejas, el edificio del complejo más visible desde la ciudad, que no ha sido jamás abierto al público. O de los Baños de Comares, a los que entramos junto con Elena Correa, jefa de restauración de la Alhambra. «Llevan quince años cerrados y hay que afrontar una actuación integral», comenta mientras repasa parte de sus hermosas yeserías policromadas.

Estos baños son un punto mágico: tienen una estructura similar a la de los baños romanos, con zonas calientes y frías, pero cuentan con la atmósfera recogida y la minuciosa decoración, siempre sin motivos figurativos, del periodo nazarí. En este refugio silencioso se relajaban los gobernantes del último reducto árabe en la península. ¿Cuándo podrán verse? Teniendo en cuenta que las medidas que se debían tomar para la restauración del Patio de los Leones se debatieron durante 40 años y que las obras acabaron el pasado mes de julio, nadie se atreve a dar una fecha.

Luego están los numerosos lugares que solo se abren cada tanto, rotativamente, como el Peinador de la Reina, ahora en restauración, o la Torre de la Cautiva. Esta última es otro punto impresionante: alimentada por la suave luz natural que proporciona su estudiada orientación, las filigranas de sus paredes no desmerecen las de los lugares más afamados del monumento. Debe disfrutarse sentado en el suelo, como lo hicieron sus habitantes originales; por las ventanas dispuestas a esa altura se contemplan los jardines multicolores, y en el techo se representa una alegoría sobre la ascensión al séptimo cielo. Que cabe imaginar como un lugar muy similar a este.
Postal antigua de la Torre de la Cautiva en la Alhambra.
La verdad es que la Torre de la Cautiva se mantiene cerrada, salvo contadas excepciones, ante la certeza de que los visitantes tocan. Y desgastan. Y dejan una grasa que no somos muy conscientes de transportar en las yemas de los dedos. Es algo desafortunado, pero parece difícil resistirse a la tentación de sentir esas tramas de increíble belleza.

En los últimos años, la alhambra ha batido récords: «En 2011 hicimos nuestro tope de visitantes, 2,3 millones, y en 2012 bajamos un 2 por ciento, pero a cambio logramos un máximo en recaudación por la diversificación de la oferta de entradas, que es uno de los mecanismos básicos para luchar contra la crisis», señala Villafranca. Por ejemplo, además de tiques más económicos que solo dan derecho a visitas parciales o a los conciertos que se desarrollan en verano, han introducido una oferta de lujo para empresas en viajes de negocio o congresos que quieran visitar el lugar fuera de las horas de apertura al público.

En su condición de monumento más visitado de España año tras año, la Alhambra ha conseguido ser casi el único de titularidad pública autosuficiente: cubre el presupuesto previsto para su mantenimiento con la venta de entradas. Y eso le permite mirar hacia delante con un optimismo que no se estila mucho en estos tiempos. Y hasta afrontar proyectos nuevos, como el futuro Centro de Recepción de Visitantes, que reordenará los accesos al conjunto. El concurso lo ganó el arquitecto portugués Álvaro Siza, premio Pritzker, quien lo ha definido así: «el proyecto de mi vida». Se espera que esté concluido en no mucho más de cinco años. Esa relativa independencia económica también hace posible contar con un equipo en el que no faltan las ideas innovadoras.

Ramón Rubio Domene, Jefe del taller de yesería de la Alhambra
Una de las más curiosas es el Proyecto Redalh, que pretende recuperar las técnicas artesanales de la época en que la Alhambra era un palacio habitado, entre el siglo XIII y el XVI. Muchas de ellas son ya conocidas por los artesanos del monumento, pero aún son más las que cayeron en el olvido porque apenas hay documentación; como explica el jefe del taller de yesería, Ramón Rubio Domene: 

«En aquella época no solía coincidir que el que supiera un oficio también escribiera».

Los restauradores de la Alhambra saben que algunas de esas tareas olvidadas siguen siendo empleadas por artesanos marroquíes y andan intercambiándose visitas para mostrarse distintas técnicas o métodos de elaboración de materiales; por ejemplo, el pegamento fabricado a partir de cartílago de conejo que se emplea en la Alhambra para pegar las piezas a las paredes, no solo por sus ventajas ecológicas, sino también porque su uso es del todo reversible.

En los trabajos de jardinería se sigue un espíritu parecido. Las huertas se están repoblando con los cultivos que alimentaban a los habitantes en la época: alcachofas, habas, coliflores, coles, vides... También hay olivos y, de hecho, se comercializa en pequeñas cantidades un aceite elaborado con la producción de los árboles del entorno.

Además, han empezado a recuperar la población de arrayanes (también conocidos como mirtos), unos arbustos que alcanzan gran altura, fueron dominantes en el paraje y de los que únicamente quedaba un solitario ejemplar.

Ese tipo de medidas son una plasmación del debate continuo que se suscita entre los conservadores de un sitio como este: ¿es mejor dejar que el tiempo ejerza su desgaste o conservar todo en el mejor estado posible, colocando piezas (o plantas) nuevas? Elena Correa, la jefa de restauración, adopta para la tarea que lidera un enfoque mixto:

«Aquí debemos tener en cuenta el estado de la estructura. Si una viga está carcomida y pone en peligro el conjunto, hay que sustituirla por una nueva, sin más, aunque esta sea lo más respetuosa posible con lo ya existente. Las piezas de museo son distintas: es preferible mantenerlas en el estado en que se encuentren».

Ese debate surge también ante la acumulación histórica de «aportaciones espontáneas» de los visitantes. El militar jordano que en 2011 marcó con una moneda su nombre y la fecha en una yesería fue sancionado con una multa, pero en cambio se dejan por ahora los grafitis que se considera que tienen algún valor, desde los árabes del siglo XIV hasta los de los soldados napoleónicos que ocuparon el recinto en el siglo XIX, pasando por los del escritor Washington Irving, que con su obra diera a conocer el lugar al público estadounidense.

Otra faceta desconocida es el combate cotidiano contra la fauna local. Además de las abejas, están los aún más agresivos vencejos, que intentan anidar en el monumento. Y de las estribaciones de Sierra Nevada descienden de cuando en cuando garzas, tejones y hasta algún jabalí, pero aquí nadie parece sorprenderse mucho:

«Esto no es el entorno controlado de un museo; esto es un lugar lleno de vida».

Luchar contra los dedos curiosos.

Ramón Rubio, quien dirige el taller de yeserías, destaca que son los dedos de los visitantes, y no la sismología de Granada, los que más dañan las filigranas de yeso. Su equipo archiva copias de todos los motivos decorativos -como se ve en la imagen- para realizar reposiciones si fuera necesario.

'Puntos táctiles'. El deterioro que provocan los visitantes al tocar es tal que sus artesanos andan en un proyecto curioso: la creación de 'puntos táctiles', reproducciones fieles hechas por ellos de los alicatados, las yeserías y los azulejos que estarán al alcance de los visitantes. 

«Con el desgaste que tendrán, durarán un año como mucho, pero lo importante
es el manoseo que van a quitarle a los originales». 

Tecnología. 

Rubio ha patentado un material que permite detectar las nuevas incorporaciones de yeso en los originales. Basta con pasar una luz ultravioleta por la superficie y se ve lo añadido. El invento ya ha despertado el interés del Museo del Louvre. Cumple con la ambición de todo conservador: intervenir con las menores consecuencias.

Como hace seis siglos.

Trino Urquiza, Miguel Prado y Eduardo Gallego
en el el taller de restauración de la Alhambra
.
«Cuando hace 19 años me dijeron que me contrataban para la Alhambra, me vine dando saltos»

dice Miguel Prado, que posa entre sus dos compañeros, Trino Urquiza y Eduardo Gallego. Prado no tiene formación como restaurador, porque no retoca piezas, las crea: es carpintero desde los once años. El último trabajo. En los últimos tiempos han tenido que renovar las piezas de madera de los cañones tardo-medievales expuestos a la intemperie, incluyendo la base y las ruedas. Para esas piezas nuevas emplea madera de olmo cortado en la propia Alhambra hace cinco o seis décadas, «que guardamos como oro en paño», confiesa. Herramientas de época. Su equipo crea sus propias herramientas como se hizo hace siglos. «No es posible comprar un gramil en una tienda», explica; el gramil es la cuchilla con la que se hacen las hendiduras decorativas árabes.

El jardinero que leía a Proust.

Cristóbal Romera, jardinero de la Alhambra y el Generalife.
«Trabajando aquí te das cuenta de que no existe una tensión entre lo moderno y lo antiguo. Solo importa lo mejor»

explica Cristóbal Romera, 31 años trabajando en los jardines del Generalife, como hiciera su padre. Sin químicos. Romera, al mando de 16 jardineros, dedica parte de su energía a encontrar alternativas al uso de productos químicos. Por ejemplo, cultiva la albahaca limón como insecticida natural. Lo espiritual. Cristóbal dice que, como cualquier jardinero que haya leído En busca del tiempo perdido, su labor se ha visto marcada por Proust. 

«Esta profesión te permite filosofar, hacerte a ti mismo». 

Y qué mejor que en la Alhambra: 

«Porque el espíritu del lugar existe, no es una cursilería». 

Techos al alcance de la mano.

María José Domene durante la restauración de un techo de la Alhambra
Solo un diez por ciento de los techos de madera de la Alhambra pueden trasladarse. El dato es importante en el día a día de María José Domene; si debe actuar en el sitio, tiene que pasar toda su jornada a varios metros de altura, sobre un andamio, mirando hacia arriba. 

«Hago taichí para luchar contra los problemas cervicales -dice-, 
pero los becarios acaban baldados».

Labores para la historia. 

Ahora están trabajando en la sala el Peinador de la Reina, que se abre solo de forma ocasional y posee maderas del siglo XIII. 

«El Peinador no está mal para el tiempo que tiene. Y, aunque cuenta con restauraciones
de varias épocas, creo que podemos dejarlo apañado para unos cien años».

Artículo publicado el 28 de Abril de 2013 por Julián Diez en el Suplemento XL Semanal.

Bruno Alcaraz Masáts