viernes, 17 de mayo de 2013

Viaje de Vasili Petróvich Botkin a Granada en 1845: 

“Un andaluz de Maroseika”

Vasili Petróvich Botkin
La patria más natural 
es aquella que recibe
con amor al forastero;
que si todos cuanto viven
son de la vida correos,
la posada donde mayor
agasajo conocen es la patria
más digna que se estima.

Canción estudiantil anotada por Vasili Petróvich Botkin
durante su viaje a España en 1845.
Nació en el seno de en una familia de comerciantes de té, el próspero negocio paterno - el té importado por don Piotr Kononovich Botkin hervía en los samovares de media Rusia - había permitido a Vasili Petróvich Botkin y a sus trece hermanos una muy ventajosa vida al viejo estilo burgués.

Vasili Petróvich Botkin no hizo carrera académica, como alguno de sus hermanos y un cuñado; ni siquiera acabó los estudios ya que tan sólo se graduó en la escuela privada Kryazheva, conocida como el pensionado Kriajev, una de las mejores escuelas privadas de Rusia, de la que su padre le sacó antes de que pudiera concluir los estudios de secundaria para ponerlo al frente del negocio de hierbas para infusiones de Oriente. 

A finales de 1835 ingresa en el círculo de N. Selivanovskaya, donde reunió con B. Belinsky, quien le introdujo en el círculo de N. Stankevich y por invitación de Belinski comenzó a participar en la revista Телескоп "(Telescopio)", que publicó sus ensayos y opiniones, y luego colaboró ​​en otras publicaciones.

Bajo la influencia de M. Bakunin y Stankevich conoció las ideas de Hegel y, a través de Belinsky, se familiarizó con las teorías de los filósofos alemanes y franceses y esteticistas.

Fotografía de Valisi Petróvich Botkin
En 1839 Belinsky y Botkin, serían atraídos para poder trabajar en la revista Оте́чественные запи́ски, "(Notas de la Patria)" y, en ese mismo período, Botkin se convirtió en un miembro permanente del círculo de Belinsky, al regreso de su primer viaje fuera de Rusia. 

En 1835 salió por primera vez fuera de los dominios del Zar Alejandro, para marchar a Londres y a París y recorrer luego Italia de arriba abajo. De aquel primer viaje al Mediterráneo, confesó, regresaba a los plúmbeos cielos patrios «enfermo de tanta belleza».

En agosto y septiembre de 1845 estuvo en España y a su regreso, publicaría en la revista "Contemporánea"una serie de ensayos a los que tituló "Cartas de España".

Las primeras seis "Cartas sobre España" aparecieron publicadas entre 1847 y 1848 por Belinski en la revista Sovreménnik, (El Contemporáneo) y en 1851 salió la séptima carta sobre Granada,   que como un volumen "Cartas sobre España" se publicó la edición completa de la San Petersburgo en 1857, que hicieron célebre al hijo del mercader de té, que se convirtió a los ojos de la Rusia culta, según Hertzen, en "un andaluz de Maroseika", la calle de Moscú donde nació, aunque a su regreso de España, en 1867, vivió hasta su muerte en una casa de varias viviendas en la calle Caravana, 14, siendo enterrado en Moscú en el cementerio de Monasterio de Pokrovsky, aunque su tumba ha desaparecido por las remodelaciones sufridas.
 
Visarión Belinski dibujado por K. Gorbunov (1843)
En los archivos de León Tolstoi se encuentra la única carta genuina que llegaría a nosotros como un testimonio ineludible de la veracidad de la visita de Botkin, ya que las Cartas sobre España no son cartas propiamente dichas: con su destinatario concreto, saludo correspondiente, abrazos y recuerdos finales, sino una especie de ensayos basados en la correspondencia real a los amigos (Belinski, Hertzen, Tolstoi) y parientes, artículos de periódicos, libros históricos y de viajes.

 
Aleksandr Ivánovich Herzen, amigo de Botkin
Esta única carta existente la escribió Vasili Petrovich a su hermano Nikolai en Vitoria, el 11 de agosto de 1845, y en ella escribió la siguiente anotación: 

Leon Tolstoi en Yasnaya Polyana, en 1908,
su primera fotografía en color publicada en Rusia.
"Salí de Bayona a las ocho y media de la mañana, a las doce la diligencia cruzó la frontera y desayunamos en Irún, una ciudad española fronteriza"

El 21 de julio de 1857, desde Zurich, Tolstoi le escribe a Vasili Petróvich Botkin. Se disculpa por no haberle respondido antes, le cuenta sus planes de viaje, le refiere sus encuentros con Turguéniev y menciona un incidente recientemente acaecido en Lucerna, que él ‘siente la necesidad de expresar en papel’.

Ese incidente se convirtió en el relato "Lucerna".

Continuó Botkin la lectura de aquella carta y de pronto se tropezó con la siguiente frase:
Cuadro de León Tolstói, en Yásnaia Poliana, pintado en 1910.
"En Lucerna atrapé la sífilis – ¡A lo que me ha llevado la continencia! – ¡Me fui con la primera que pasó! Ahora estoy en tratamiento…"

Cuando el 11 de agosto de 1845 Vasili Petróvich Botkin ponía por primera vez un pie en suelo español, contaba ya en su haber con una amplia experiencia de viajes.

Entró por Hendaya a nuestra tierra, marchó a Vitoria y, por Burgos, llegó a Madrid. Las cartas de presentación que traía le granjearon un hospitalario recibimiento en la villa y corte. De Madrid viajó al sur, atravesando la Mancha.

Visitó Córdoba, conoció Cádiz, Sevilla y Málaga, donde cogió un barco hasta Gibraltar y desde allí llegó hasta Tánger, desde donde regresaría a Málaga para dirigirse a Granada.

Postal antigua de la Torre del Agua y acueducto de la Alhambra.

Decidí viajar a España, país de la guitarra y el fandango, la patria de Almaviva y la mantilla, donde "corre ruidoso el Guadalquivir (según el verso de Aleksandr Pushkin), donde el Cid Campeador y Don Quijote protagonizaron proezas que no hacen falta a nadie, donde Murillo pintó sus vírgenes inmortales; donde Sancho Panza fue gobernador y Cristóbal Colón tenía fama de loco; donde Carlos V no fue encadenado sólo por un malentendido y Torquemada sólo por error no fue quemado; donde Julio César cogió unas fiebres…"

Es en el sur, y especialmente en Granada, donde Vasili Petróvich Botkin declara incondicionalmente su admiración por el paisaje mediterráneo español, que desbanca al italiano, país del que había vuelto «enfermo de tanta belleza».



"A pesar de el apacible encanto de Málaga, el deseo de visitar Granada no me concedía tranquilidad, Filanlmente, decidí ir. Entre Málaga y Granada circula una diligencia que, pasando por Loja, recorre las cadenas montañosas que rodean Granada; en ella viajan en su mayor parte las mujeres y los extranjeros, pues los hombres de la región realizan habitualmente el trayecto a caballo, por el camino de la montaña, tras unirse por seguridad unas cuantas personas. El viaje me resultó sumamente interesante.

Yo cabalgaba en un buen caballo, alto, fuerte, de sorprendente lisura, con un vellón brillante como solo es posible ver en los caballos árabes y andaluces. Los arreos de franja roja, la tranquila de montar árabe y los estribos parecidos a chanclos; las sillas de montar y los estribos andaluces son idénticos a los que vi entre los árabes en Tánger. Todos los componentes de nuestro convoy, excepto yo, colgaba un fusil en la silla de montar; los fusiles de los andaluces son de forma oriental, largos, y con una estrecha caja recortada con adornos.



Por el camino nos topábamos a menudo con cruces de piedra bajas bastamente hechas, erigidas en memoria de los asesinatos cometidos en estos lugares. La costumbre local de poner cruces donde ha sido asesinado un hombre; en unas cuantas aparecían las inscripciones siguientes: "Aquí  mataron a un hombre" o  Aquí mataron a Francisco Pérez" o cualquier otro nombre".


Estas cruces en medio del desierto montañoso producen una impresión melancólica. "Milagro andaluz", dijo, riéndose, uno de nuestros satélites, un castellano, indicándome una de las cruces que los campesinos llaman milagros".

Eran las cinco de la tarde, cuando entre las cumbres desnudas que destacaban por doquier, se mostró en la lejanía una ciudad erigida sobre una montaña pelada. Era Alhama, donde debíamos pernoctar.

He visto la naturaleza de Italia y Sicilia, pero en España tiene completamente otro carácter: aquí es majestuoso e inabarcable.
Entre la naturaleza italiana y la española existe la misma diferencia que entre la poesía de los pueblos septentrionales y meridionales. En la septentrional hay menos precisión, menor colorido y claridad en los modelos pero, en cambio, capta a través de su neblina los matices del sentimiento, como movimientos arcanos del espíritu, que nunca se dan con la clara y colorida certidumbre de los poetas meridionales".


Dedica su última carta a la Alhambra y su entorno, del que el autor duda que haya en Oriente un caso más ejemplar en cuanto a «ligereza, gracia y delicadeza de gusto». Si bien el lector español puede sentirse atraído hacia la autocomplacencia de los rasgos que aplaude Botkin, sirva este texto para disfrutar por igual de la otra cara de la moneda, la crítica.

Valga de ejemplo una pregunta que lanza Botkin en plena sintonía con el curso actual de los recortes y los problemas con el modelo productivo con los que actualmente se enfrentan los españoles:

"¿Acaso no radica también en esto la razón por la que la ciencia, el arte, la industria y el comercio, todo cuanto sirve para aumentar la ambición de la gente, se encuentre aquí en tal abandono?".

Botkin, en su descripción del viaje y de su estancia en Granada, relata todo un estudio de detallles:


"En cuanto descendimos la última pendiente de las montañas, nos encontramos en medio de un un olivar; su pálido verdor se fundía  al fondo con la espesura de unos extensos jardines; las casas de campo se vislumbraban a través del oscuro verdegal de las plantaciones de  de encinas y naranjos; los campos, sembrados de centeno, se troncaban en campos de sembrados en campos de sembrados de caña de azúcar (*), avanzábamos por la célebre Vega de Granada, la llanura de Granada, tan querida y afamada oir los romances moros.

El sistema de riego, construido por los moros y mantenido hasta ahora con el mismo aspecto, conserva en tod su frescor primaveral  a sus jardines aun en plena canícular verano local. El agua, conducida desde el Genil y los riachuelos que provienen del deshielo de Sierra Nevada, penetra por todas partes en los jardines mediante zanjas  ocultas por las ramas de las higueras, de los alfóncigos cuyos racimos de pistachos cuelgan sobre ellas y de las frondosas viñas, así que solo se conoce su presencia por el murmullo de su corriente y la maravillosa frescura de la vegetación".  

"En mi vida olvidaré la impresión que experimenté cuando al día siguiente paseé por Granada. Una de las alamedas de este parque conduce a la puerta principal de la Alhambra, es una torre alta y maciza con un vivo arco árabe, en el interior del arco se ve una llave y una mano.


"Pero a pesar de que la belleza de la naturaleza aquí se debe en gran medida al trabajo y al arte del hombre, ningún lugar de la naturaleza italiana ha producido en mí la impresión tan profunda, tan viva como este sitio de Granada. Paso aquí horas enteras, sumergido en la más agradable e inconsciente meditación…

¡Sí! Vivirán en mi alma más vivamente que los naranjales de Palermo, que las costas de Nápoles, esta llanura de Granada, rodeada de montañas, estas colinas de la Alhambra y del Generalife, entre la densa vegetación de los cuales juegan los colores de la naturaleza meridional y septentrional de la Vega, y esta Sierra Nevada con su cima nevada y sus laderas, tornasoladas e irisadas. Y el ocaso desde el Generalife - ¡qué sol y qué espectáculo! "



"Cuando se ponía el sol, solía apoyarme contra la baranda del balcón y contemplaba el encantador panorama que se abría ante mis ojos, un panorama iluminado por el cálido sol del Sur. La cumbre nívea de Sierra Nevada brilla en el cielo azul como un hierro candente; un vapor rosado y ondulante se cierne, abajo, sobre la ciudad y el verde valle como un velo transparente.

A lo lejos, en la neblina azul clara se vislumbra la cordillera montañosa. El pico angular de Sierra Nevada, tras el cual desaparece el sol, como cubierto de oro brillante, deja a su alrededor sombras violáceas… Cielo y Tierra arden y se derriten en un inexplicable brillo radiante".
"La Alhambra era la ciudadela de Granada. Construida sobre una alta colina, domina la ciudad. Aquí, rodeada por una alta muralla, están los restos del palacio de los soberanos moros.



La colina sobre la cual se erige la Alhambra, por una parte, precisamente hacia la ciudad, configura un pronunciado declive, y, por el otro lado, el orientado hacia Sierra Nevada, forma un barranco abrupto que la separa de la otra colina un poco más elevada, adyacente a Sierra Nevada, sobre la que fue construido el palacio de verano de los soberanos moros, el Generalife y sus jardines, que se consideraban entre los moros lo más majestuosos del mundo".

"La historia de Granada dice que los moros de Granada la consideraban un amuleto. Esta superstición pasó de los moros a los andaluces y el pueblo llano se cuelga en el cuello de los niños pequeñas manitas de coral o de marfil. Poner una mano significa "poner una higa".

"Recuerdo cómo un moro de Tánger, que apenas se explicaba en español, me dijo que en su familia se guardaba la llave de su casa en Granada que cerraron ellos mismos tras su expulsión. 

¡Los moros confían en volver a Granada cuando sea!".

(*) Existe un error en la descripción la Vega de Granada que escribió Botkin, ya que la caña de azúcar se ha cultivado tradicionalmente en Motril, Salobreña y Almuñécar y otras localidades de la llamado ahora Costa Tropical, pero no se cultivó nunca en la Vega de Granada.


LIBRO RECOMENDADO: 


Colección: Viajes y Costumbres 
Autor: Vasili Petróvich Botkin
ISBN: 978-84-7813-385-7

Nº de páginas: 384
Formato: Libro Impreso 17x24 

Vasili Petróvich Botkin, quien visitó España en 1845, marcó un hito en la historia de la literatura de viajes en Rusia con su libro Cartas sobre España, publicado en 1857, legándonos un texto considerado en la actualidad como un clásico en la materia. 

Las Cartas sobre España contienen no solamente observaciones y reflexiones sobre el pueblo español, sino también sobre sus hábitos y costumbres, su geografía, y su historia, planteándose interrogantes sobre su evolución y porvenir. 

La visión de España ofrecida por Botkin representa una novedad absoluta para la amplia mayoría de lectores españoles e hispanohablantes, pues hasta hoy el libro no había sido traducido del ruso, ni por tanto publicado en nuestro país.

Con su edición se pretende dar a conocer una inédita visión de España en la época en que la sociedad rusa ha culminado su transición literaria del romanticismo al realismo, abandonando las influencias estereotipadas y míticas de la literatura romántica francesa con autores como Merimeé y Gauthier, para presentar una visión diferente de la España real de mediados del siglo XIX que tendría una influencia extraordinaria en escritores rusos clásicos posteriores como Dostoyevski, Tolstoi, Gógol y Turguéniev, en científicos como Piskorski y Alexéyev, y en poetas como Balmont, Tsvetáyeva, o Ehrenburg.

La edición, anotada y comentada de las Cartas sobre España, ha sido realizada por Ángel Luis Encinas Moral, quien ha traducido el texto original de Botkin directamente del ruso al castellano, e incluye un extenso prólogo introductorio sobre la vida y obra del autor, así como sobre el contexto histórico hispano-ruso en el que se realiza el viaje y la redacción de la obra. 

Bruno Alcaraz Masáts