lunes, 29 de mayo de 2017

LA ALHAMBRA SECRETA

El monumento nazarí está cruzado bajo tierra
por túneles, mazmorras y espacios defensivos.

1 - Pasadizo de 200 escaleras que sale a la ladera la Alhambra, buscando el río Darro.
En la ladera de la Alhambra donde la vegetación y la maleza bajan hasta el río Darro, una cueva semioculta entre la hiedra da paso a una galería subterránea que asciende hasta el palacio nazarí.

200 escalones a oscuras, bajo una bóveda rústica por donde, hace siglos, quién sabe qué personajes saldrían de palacio huyendo de las intenciones aviesas de sus parientes o se citarían para amarse mil y una noches lejos de las murallas; nadie lo sabe, algunos aventuran que podría ser un acceso al bosquecillo que daba cobijo a fieras exóticas traídas de lugares remotos, costumbre que ya entonces se estilaba entre los poderosos sultanes.

Que nadie se aventure. Hoy la cueva está cerrada con cancela, el acceso no es público y el misterio es solo cosa de historiadores. Pero haberlo, hubo. Y no es el único tramo que transcurre bajo la Alhambra.


2 - El último tramo de escaleras está sepultado por un derrumbe de la colina en 1907.
EL PAÍS ha visitado varios de ellos con la compañía de Jesús Bermúdez, responsable de Conservación del patronato del monumento, que ha puesto luz al paseo subterráneo.

“La Alhambra humilde”, como él la llama —no hay en estos pasajes presagio alguno de la belleza que espera en el palacio— tuvo varios cometidos. 

El almacenamiento era uno de ellos: los silos bajo tierra conservaban trigo y semillas, pero también pasaban sus horas tristes los cautivos que esperaban un canje por otros prisioneros.

Este es el primer zulo que muestra Bermúdez, con una planta circular cuyas paredes ascienden descarnadas y curvas como si uno estuviera metido bajo la campana de una quesera, pero sin queso, y quizá con algunos ratones. 


3 - Las rejas impiden hoy a los visitantes el acceso a los subterráneos.
Así yacían los prisioneros, tumbados en sus camastros:

todavía hay vestigios de los ladrillos que disponían de forma radial el espacio que correspondía a cada quien. Y en la hornacina, a la cabecera, restos del vasar donde apoyaban la escudilla.

No eran presos cualquiera, dice Bermúdez: los que allí sufrían tenían valor de canje, seguro. Como lo tuvo Cervantes en Argel, si se quiere tomar como la otra cara de la moneda.

Hasta ahora se han descubierto 21 mazmorras en la Alhambra, alguna de ellas gracias a la mala pata de algún jardinero que se hundió unos palmos sin querer mientras trabajaba. Seis de ellas estaban en zona militar, en la alcazaba. Un solo orificio en lo alto del zulo, al que era imposible escalar, servía para el contacto exterior.


4 - Mazmorra donde encerraban a los prisioneros, con un solo acceso al exterior.
Mientras en el salón de Comares el sultán Muhammad V recibía a embajadores y otras gentes de postín, bajo su trono, otra galería desprovista de adorno y comodidades daba alojamiento a los guardias.

En la planta noble, las celosías filtraban la luz sobre los brillantes azulejos y la fecunda orfebrería de yeso. En la planta inferior, apenas una abertura de aguja en el contundente muro deja ver al militar si es de día o de noche. Casi no cabe una flecha.

5 - Puerta semioculta entre la maleza que comunica la falda de la colina con el palacio nazarí.
Bermúdez explica cómo se procedía a las rondas de los vigilantes para que unos y otros se intercambiaran el parte de sus guardias. Un laberinto de salidas y entradas que, con la muralla, hicieron del monumento una plaza inexpugnable.

La Alhambra, explica Bermúdez, planea rematar esa ladera que mira al barrio del Albaicín —atravesado también en su subsuelo por metros de galerías y aljibes— haciendo un paseo transitable paralelo al Darro, como ocurre en la otra orilla, la urbanizada.


6 - Puerta de la Alhambra por donde circulaban las rondas de los guardias.
Pero no parece probable que los túneles de la Alhambra, las entrañas humildes que sostienen el lujo palaciego, se abran al público. Por el recinto, que empezó a construirse en 1237, circulan cada año más de dos millones de turistas de todo el mundo.

“Claro que lo deterioran”, afirma sin ambages Bermúdez, pero no es ese solo el motivo de cerrar los pasadizos. No hay muchas razones para meter a colegios enteros bajo un pasillo donde los móviles no registran nada de interés. Y la seguridad es otra causa. No están muy cómodos los responsables de la Alhambra con tanto loco como anda suelto.
7 - Zona de los adarves subterráneos de la torre de Comares.
Hoy, el monumento que construyó el rey Alhamar y que admiraron los católicos, ya no es tan inexpugnable. Como todo. Pero la leyenda y la imaginación arraigan su belleza bajo tierra.

Una enciclopedia de la construcción

Así como Córdoba y su mezquita fueron la capital del mundo en tiempos de su califato omeya —el Nueva York del momento, dicen todos, intentando una comparación con el mundo actual— la Alhambra y Granada no gozaron de ese esplendor geopolítico o cultural en el mundo musulmán. 

8 - Galerías bajo los palacios que servían para la defensa del sultán.






El imperio nazarí ocupó una extensión mucho menor, apenas de Cádiz a Almería.

Lo que tiene el monumento nazarí que le hace único es que conserva en sus hechuras todos los saberes arquitectónicos y artísticos, una verdadera enciclopedia de la construcción a la que acuden expertos de todo el mundo en busca de respuestas sobre construcciones de la época, antes de abordar las restauraciones.


9 - Túnel hacia el bosque de San Pedro.

Escrito por Javier Arroyo. Fotos de M. Zarza.
Publicado en El País Digital 28/05/2017


10 - Boca de la cueva que da acceso a las escaleras subterráneas.

Bruno Alcaraz Masáts.

jueves, 30 de marzo de 2017


Los 11 grabados sobre los moriscos
del Reyno de Granada,
de Christoph Weiditz (1529)


La danza morisca
Los musicos moriscos del grabado llevan alpargatas, una especie de calzado hecho a base de trenzas de esparto, tal como aún se lleva en Blanca. De esta forma bailan los moriscos los unos con los otros, haciendo castañetas con los dedos al mismo momento. Esta es la musica mora para bailar y ellos gritan como terneras.
El tamborilero con gorra verde y franjas en rojo, chaqueta verde ricamente adornada en plata, cinturón azul con rojo, bolsillo en oro adornado con los dos botones de oro. Está sentado sobre una roca blanca, gris en la sombra, ricamente adornado en plata, los palillos son amarillos, ricamente adornados en oro, el parche es amarillento, el resto del tambor blanco grisaceo con casillas amarillentas.
El violinista con gorra violeta oscura, chaqueta roja ricamente adornada en oro, violín marrón amarillento.
El tercer musico con abrigo azul adornado en plata, que tiene mangas adornadas en oro con franjas adornadas en oro. Este instrumento es gris-acero.
El bailarin con gorra roja, con franja violeta, manto violeta adornado en plata, abrigo amarillento adornado en oro.
La bailarina con pañuelo blanco para la cabeza, cinta roja adornada en oro sobre su frente, ropa azul, ropa interior en blanco y rojo, adornada en ambos sitios con oro y con las correspondientes mangas, aqui la manga derecha en blanco con franja roja, la izquierda en rojo con franja blanca, medias cortas en violeta. Los zapatos de los cuatro hombres son amarillentos.

Los moriscos en el reino de Granada,
dando un paseo en el campo con mujeres y niños

De esta forma va el morisco con su mujer e hijo al campo o a los jardines en la ciudad de Granada, porque ellos tienen muy bonitos jardines con toda clase de frutas inusuales. De esta manera la mujer viaja con su marido e hijo por el pais.
El hombre con gorra gris con franja verde; abrigo mitad azul y la otra mitad en rojo adornado en plata; cinturón blanco con monedero negro adornado en oro, las piernas negras destapadas, pies en sandalias marrones o zapatos con correas.
La mujer un manto violeta adornado en plata; ropa interior roja adornada en plata y medias azules; el niño en chaqueta amarilla, tiene en su mano izquierda, la cual solo es visible, tres cebollas blancas con hojas verdes.
La cesta es marrón amarillenta, la mula blanca con patas grises y antepecho rojo, cinta y brida en negro, la última adornada con campanilla verde sobre un botón dorado, silla negra grisacea y afilado con oro.

Morisco llevando pan
El morisco llevando pan va calzado con alcorques desmesuradamente altos, de singular parecido con los de la dama cristiana de Barcelona, que aparece en grabado del mismo Weiditz.El hombre morisco se llama en su lenguaje machaáh.
Figura importante en una chaqueta azul y cinturon marron, hevilla dorada, clavillo colorado de acero y bolsillo rojo, adornado con dos botones dorados, sandalias marrones hacia marron-amarillento, alcorques desmesuradamente altos.
La otra figura en vestido ricamente adornado de plata rojiza. La entrada de la puerta y cuatro de los panecillos marrones, los otros dos blancos, la tabla amarilla, la pared de la casa marron.
Cuando la mujer morisca ponga su masa de pan sin cocer delante la puerta de la casa, ella la deja alli hasta que llegue un hombre; es su obligación, conforme a sus leyes, llevarla al horno y cuando esté cocida devolverla a la casa.





 

Vestido de paseo de las moriscas nobles en Granada

Una morisca granadina de clase pudiente, con un vestido de paseo, cubierta con una blanca almalafa con franja gris, que deja entrever otra túnica orlada de oro; lleva la frente ceñida por una cinta de tela blanca y el rostro tapado; sus piernas están estrechamente envueltas por unas medias grises, gruesas y arrugadas, enrolladas hasta las pantorrillas, muy parecidas a esas bandas de colores de lana o algodón que ya usaban, en el siglo XII, las mujeres andaluzas y más tarde las mudéjares de la Corte de Alfonso X, el Sabio.
La ropa interior tiene junturas doradas y las medias son violetas grisaceas.
Por la espalda, la mujer morisca y las doncellas en el Reyno de Granada, presentaban un manto blanco, ricamente adornado en plata; ropa interior por la mitad ligeramente verde y ricamente adornado en plata y por la otra mitad en rojo, ricamente adornado en oro.

Traje de casa de la mujer y de la niña morisca

De esta forma se viste la mujer morisca con sus hijas. Las mujeres llevan en casa ropa que consiste en un tipo de pantalones con envolturas para las piernas por abajo, abrigo que parece una chaqueta, túnica o chaleco, velo/pañuelo para la cabeza sujetado con una cinta arrollada.
La chaqueta puede indicar una influencia cristiana sobre el vestido. La hija lleva fuera de la casa ropa que consiste de pantalones con un tipo de envolturas para las piernas por abajo, abrigo largo que se cierra de frente, túnica, pañuelo para la cabeza, un velo largo que cubre la cabeza por detrás y
casi todo el cuerpo, y zapatillas.

Mujer morisca barriendo su casa
Una morisca barriendo su casa con los pies desnudos, vestida con una túnica corta, blanca, con mangas largas, enormes sarawil blancos, que no sobrepasan las rodillas y pantorrilleras azules.
Lleva en la cabeza un pañuelo anudado por la propia tela y no por una cinta.


Traje de casa de las muchachas moriscas

La más joven lleva encima de la camisa, mitad roja, mitad verde, un sobretodo más corto, en parte, amarillo y realzado con oro, en parte azul, realzado con plata, botones de oro y vueltas blancas en las mangas.
Nos inclinamos a creer que esta prenda es una adaptación a las circunstancias locales de la marlota, mencionada en los textos arabes y en el Romancero español desde la segunda mitad del siglo XV y acerca de la cual las opiniones de los historiadores del traje difieren por falta de descripciones exactas.
Se supone que esta prenda, muy común desde su origen entre los musulmanes y cristianos, se fabricaba en suntuosos tejidos de seda, realzados con oro, para las esposas de notables acaudalados de El Albayzín y que, para las de los artesanos moriscos, era de un material mas pobre, sin duda alguna de algodón.
Se completa el retrato de la muchacha morisca, mostrándola tocada con un pañuelo de cabeza rojo realzado con plata, con media y calzada con zuecos de madera amarilla con correas negras, que identificaremos como qabqab, usadas según una antigua costumbre, para estar por casa y en los baños, tanto en Granada como en el norte de África.


Traje de casa de la mujer morisca

La chaqueta y los pantalones en blanco, en tela de seda, ricamente adornados con plata. Lleva un pañuelo blanco para la cabeza con cinta verde; medias cortas, rojas, ricamente adornadas con oro.
Mujer morisca en Granada yendo a hilar
La mujer morisca hila en su casa de Granada utilizando este huso de la rueca. Viste un pañuelo verde y blanco con una cinta blanca y azul, chaleco marrón negro, chaqueta y pantalones ricamente adornado con plata, medias cortas en azul, huso amarillento con anillo gris, rueca también amarillenta con funda roja y verde.

Bruno Alcaraz Masáts

viernes, 10 de febrero de 2017

RESTAURACIÓN DE LAS PINTURAS SOBRE PIEL DE LAS FALSAS BÓVEDAS DE LA SALA DE LOS REYES, 
EN EL PATIO DE LOS LEONES.

Un rey de la Alhambra en fotografía de primer plano. IPH.
Técnica no destructiva en las pinturas de la Sala de los Reyes de la Alhambra.

Se han reunido los equipos técnicos del Patronato de la Alhambra y del Generalife de Granada y del IAPH, responsables del proyecto de conservación de las pinturas de la Sala de los Reyes de la Alhambra, para una sesión de seguimiento del proyecto y otra de control organoléptico de los trabajos in situ. 
 
Este proyecto de conservación de bienes muebles, uno de los de mayor envergadura de los que desarrollan en nuestra Comunidad, es fruto de un convenio de colaboración entre ambas instituciones. 

En dicho convenio, el IAPH propone completar la información científica disponible mediante la aplicación al proyecto de la técnica no destructiva de Difracción de Rayos-X y Fluorescencia de RX (DRX-FRX).


¿En qué consiste la técnica no destrcutiva de Difracción de Rayos-X y Fluorescencia de RX (DRX-FRX)?

 
Permite la identificación de pigmentos, repintes y restauraciones anteriores, sin necesidad de extraer ningún tipo de muestra. Es una técnica inocua, que no genera ningún tipo de alteración, ya que trabaja sin contacto a unos centímetros de la superficie de la obra.
 
Se trata de una tecnología no destructiva que ya experimentó el IAPH en las tablas de Pedro de Campaña del Retablo Mayor de la Iglesia de Santa Ana, en Sevilla, y cuya actuación se enmarca en la sublínea estratégica de investigación del IAPH 'Intervención de excelencia en el patrimonio'. 
 
Actualmente el convenio de colaboración entre el IAPH y la Universidad Pablo de Olavide permitiría traer el equipo necesario (prototipo portátil) desde el Centre de Recherche et de Restauration des Musées de France.


Fuente: IAPH.

Bruno Alcaraz Masáts.
LEYENDA DEL 
"CUADRO DE LA CHANFAINA", 
PINTADO POR ALONSO CANO.


Un 5 de marzo de 1660, Alonso Cano, clérigo, Racionero de la Catedral de Granada y escultor y pintor, y su joven ayudante subieron hacia el monasterio de la Cartuja de Granada portando un cuadro envuelto en una tela.

Al llegar, los recibió el padre Gerónimo, un monje cartujo poco ascético y glotón, que administraba los bienes de la comunidad con "tacañería propia de monasterio."

Alonso Cano le ofreció su último cuadro, en el que había reflejado de forma sublime el misterio de la Santísima Trinidad.


Ubicación del Monasterio de la Cartuja de Granada
El padre Gerónimo, insensible al arte, sugirió al pintor que diera unos toquecitos a la obra, añadiendo almagra a las nubes y que engordase al Espíritu Santo.

Alonso Cano, que era bilioso y sufría mal que criticase su pintura, se mostraría primero sarcástico y luego se enfureció.

En esto, terciaría  en la conversación un fraile de la orden de San Diego, quien alabaría la sutileza con que el cuadro abordaba el enigma del Dios, Uno y Trino, manifestando el deseo de tener dinero en sus arcas para llevarlo a las arcas de Alonso Cano para así poderlo comprar y colocarlo en el altar de su modesto convento.

Alonso Cano, conmovido, se brindó a ceder el cuadro por un plato de chanfaina.

Quince días después se inaugura la colocación de la pintura en el altar del convento de San Diego.

Concurrió lo más selecto de Granada y la historia corrió de boca en boca por la ciudad de Granada y de ahí que, desde entonces, la obra fue conocida como «El cuadro de la chanfaina».


Plano del Monasterio de la Cartuja de Granada 
El artículo se publicaría en esta revista Granadina y refiere la tradición centrada en una escena y un epílogo, que sucedió en dos escenarios:

El monasterio de la Cartuja y el convento de San Diego.

La chanfaina es un guisado hecho de bofes o de morcilla. Y el cuadro de la Chanfaina es ‘La Trinidad’ de Alonso Cano.

Así se conoce a la obra del artista granadino, desde que éste la donara a un fraile del convento de San Diego a cambio de un plato de chanfaina aderezada por los monjes...

Pero la historia, narrada por José Giménez Serrano en 1857 y recogida por Francisco de P. Villareal en ‘El libro de las tradiciones de Granada’ (Ediciones Albaida –Granada, 1990–. Edición facsímil del libro publicado en 1888)

Esta versión de ese encuentro se publicó 9 años antes de la edición de Francisco P. Villareal, José Giménez-Serrano publicó esta versión en en el Nº 1 de "La Revista Literaria de El Granadino", en el N° 1, que apareció el 4 de Mayo de 1848.

Esta fue la versión que se publicó:

El Monasterio de la Cartuja.
Portada de la entrada del monasterio.
EL CUADRO DE LA CHANFAINA, 
del racionero Alonso Cano.

Versión publicada en 
LA REVISTA LITERARIA
DE EL GRANADINO
Granada, 4 de Mayo de 1848.
Año 1º - Nº 2

LA LEYENDA DE LA CHANFAINA.


En una de las claras mañanas del mes de marzo caminaban hacia el Monasterio de la Cartuja granadina un clérigo y un aprendiz de pintor, que si no mienten las historias jadeaban con el peso de un enorme cuadro de dimensiones colosales que sobre su espalda gravitaba.

Alto, enjuto, aguileño de rostro y fiero en la mirada era el clérigo, sus manteos estaban derrotados y de un color mas aceitunado que negro: el porte teníalo de soldado, su andar elegante y su compostura de hombre de elevadas acciones:

Llamabase Alonso Cano y, aunque Racionero de la Catedral Metropolitana, cosa en aquellos tiempos de gran valía, conocianle tan solo como pintor, escultor y arquitecto, pues sus obras eran admiración de los naturales y famosas entre los extranjeros.

Vamos, Juan, que preciso es -hablar con el P. Gerónimo antes de que coma, pues se pone intratable cuando está repleto. Poco resta, hijo mío, con que ánimo valiente. Esto decía para alentar al jovenzuelo, con tan paternal acento, que a pesar de su arrugado entrecejo y su excéntrica catadura bien demostraba a su pesar un hermoso y caritativo corazón al través de sus rudas maneras.

Apretó el paso el aprendiz y llegaron amo y mozo a la portería que les fue franqueada por un barbudo donado. Atravesaron los compas melancólicos, poblados de madreselvas y dejando a un lado la obra de la iglesia, que por aquellos tiempos no se había concluido, penetraron en el claustrillo gótico labrado por yos primitivos fundadores.

Con silenciosa cortesanía les recibió un monge en cuyo rostro demacrado revelabas la abstinencia y el ascetismo más severo, y Cano mientras les guiaba díjole con acento conmovido y estrechando la enjuta mano del cartujo.

Bien purgáis Capitán vuestras locuras.


Refectorio del monasterio de la Cartija de Granada.
Morir tenemos, contestó con acento sepulcral el monge despertando como herido por aquel mundano recuerdo de sus pasadas aventuras. Si, encomendedme a Dios, que gratas le serán las oraciones de tan arrepentido y valiente corazón. Abriose a este punto delante de los tres la puerta de la celda del P, Gerónimo y el convertido Capitán se inclinó sin mirar al pintor y se retiró. Alonso Cano penetró en la había tal clon que le franqueaban y colocó su cuadro a buena luz con la coquetería de los artistas, descorrió el lienzo blanco que cubría la pintura y sin mas preámbulos se cruzó de brazos con la altanería de un rey y diciendo al reverendísimo.»

Veamos qué le parece a vuestra merced.

Era el P. Gerónimo un monge con puntos y collar de mundano. Administraba los bienes de la comunidad, tenía el derecho du salir a la ciudad y de hablar con todos y sin duda por el trato o por otras razones que el cronista ignora, había engordado tan desmesuradamente y tan colorados eran sus mofletes anchos y curtidos que maese semejaba a un buey que a un ascético eremita: sus hábitos blanquísimos y su cabeza rapada daban a lo chiquito) de su figura un Cirino remate y acabado.

-    Bien, señor Racionero, aunque dejarme poner las anteojeras.

Dijo el Padre y sacó una caja enorme de plata y de ella unos anteojos con aro dorado que mas parecían dos cedazos de tahona. Colocóselos sobre las abultadas y romas narices, acompañando la operación de un sordo gruñido y se puso a contemplarla obra del artista.

Representaba la pintura el sagrado misterio de la Trinidad. Entre fúlgidos celajes oro, púrpura y topacios, entre resplandores vivísimos y agradables como la claridad del alba, estaba el padre con el grave y sublime continente del Creador del mundo; del Uno, Eterno, indivisible sin principio ni fin: su rostro y su mirar más sublime que los del Júpiter de Fidias revelaban la purísima y ardiente inspiración del pintor cristiano, del hombre del espíritu y no de la forma.

Entre sus brazos estaba el Hijo de Dios, Cristo, desnudo y manifestando en los llagados miembros humanos las huellas que en su santísimo cuerpo hablan dejado las impías manos de aquellos a quienes había venido a redimir a este valle de lágrimas. El Espíritu Santo con la vivida lumbre de su amor iluminaba la figura del Padre y del Hijo y como que los rodeaba con una aureola de fuego que partía de su corazón de paloma blanquísima.

Era una obra acabada como las del Creador por esencia y al verla por mano de hombre trazada era preciso exclamar: «cierto que el espíritu del hombre está hecho a imagen y semejanza de Dios.»

Más nuestro reverendísimo cartujo, después de mirar y remirar exclamó, no muy conforme con nuestras opiniones

-    Bien! phs; bien; pero yo hubiera puesto más almagra en las nubes y hubiera pintado mayor al Espíritu Santo.

-    Sí, a vuestra merced, le gustaran grandes las palomas, y sobre todo para la mesa, dijo Cano con aire sarcástico y lastimado al ver tan mal,-comprendido su grandioso pensamiento.

-    Oh!, sí las aves todas, deben ser cebadas; pero a nosotros nos las prohíbe la regla: y dio un suspiro al proferir la última palabra el monge.

-     Ello, en fin, como esta, ¿os acomoda? porque jamás retoco mis obras: repuso el pintor.

-   No se irrite vuestra merced, que mas ven cuatro ojos que no dos ¿Y cuanto vale su cuadro?

-     Dos mil pesos y cien ducados que daréis de propina a este mi aprendiz.

-    Dos mil pesos! Voto va!...y se mordió el padre los labios por no echarlo redondo, y con cien ducados de coleta ó post scriptum? pues no cuesta tanto el mantener un mes a la comunidad, aunque el Sr. Arzobispo venga a comer los cuatro jueves.

-    Digoos Р. Gerónimo, contestó colérico y desencajado el bilioso pintor, que soy el mayor de los mentecatos, cuando sufro que taséis mis obras como si fuesen jamones alpujarreños o serón de peras guadijeñas. ¡Juro por lo más sagrado que si no estuvierais ordenados y yo con estas hopalandas habíais de pagarme caro tal demasía!! Encubre Juan la pintura y vamos con ella a casa que no es digno de la gran imagen, de Dios, quien tan mal la comprende.

-    Sosiéguese, el Sr. Racionero, que le daré hasta mil y quinientos pesos y un ducado para el portador, con tal que no se vaya buesa merced descontento; pues algo ha de quedar para el pintor del convento, que mas que os pese, le dará un toquecito de rojo a esas nubes para su perfección...

¡¡Oír tal sacrilegio artístico y revolverse como un león Alonso Cano hacia el obeso cartujo obra fue de un punto; mas contúvose y contentóse con arrojar tan tremenda mirada sobre aquella mole de carne, que el buen P. Gerónimo se embebió en el anchuroso sillón de baqueta con la misma timidez que si hubiese sentido venir sobre su pecho dos furiosas puñaladas!!.

-     Razón en vuestra cólera tenéis, porque el cuadro es hermosísimo; pero aplacaos un tanto que el Padre vendrá a la razón. Esto dijo un fraile remendado, Guardián del convento de San Diego, que al acaso allí se encontraba, y con tal dulzura que el Racionero se sintió desarmado y repúsole con cariño.

-     Perdonad, reverendísimo; pero «osas se han razonado aquí que mas debieran ser asunto de espadas que de lengua.

Y comenzó sin reparo a envolver su cuadro dando la espalda al prosaico Monge cartujo.

-    Dejadme, que acabe de contemplarle, no todos pensamos como el P. Gerónimo: cada figura, cada nubecilla, cada pincelada es un tesoro de bellezas, dijo el fraile modesto de San Diego.

Alonso Cano, apartó la cubierta y observó no sin complacencia que el Guardián se había colocado en el mejor punto de vista.

-   0h sí! exclamó con entusiasmo el fraile, después de una larga contemplación, habéis comprendido la divina elevación del profundo misterio de la Trinidad: así le comprendieron los padres; así tal vez creyó adivinarla la filosofía pagana de Platón. Esa es la luz, el fuego del Amor, la Omnipotencia, la Sabiduría. Obras tan grandes no tienen precio. Quisiera poder ser rico como un Emperador romano, para vaciar mis tesoros en vuestras arcas! Colocaría después ese cuadro en el modesto altar de mi convento y allí las almas de los fieles se elevarían ante esa imagen altísima de la Celestial Trinidad.

Extasiado y enaltecido de noble orgullo oyó el pintor estas palabras que partían de un varón en aquellos tiempos célebre por su ardor en la fe, por su meditada sabiduría y su religioso fervor, y reflexionando un rato dijo con jocosa solemnidad.

-    También podéis darme, Padre reverendísimo, algo que yo aprecio en mas que el dinero, y seréis dueño de colocar ese cuadro en el altar de San Diego.

-     Decid.

-     La economía del pobre es más a mis ojos que la hacienda espléndida del rico.

-   Economías no tenemos, Señor, los que vivimos de la pública caridad y partimos con los mendigos, nuestro pan - contestó humildemente el Guardián de San Diego.

-     Pero al menos no podríais, darme hoy un pialo de chanfaina para comer?

-     Sí, Señor racionero, que no es viernes y para todo el convento se guisa.

-    Pues tomad ese cuadro que ya es vuestro y acompañadme al convento que allí cobraré el precio sentado en la mesa del refectorio.

Dudó al principio el Guardián de la sinceridad de tan extraño contrato; pero en los ojos del Racionero Cano vio pintada la franca generosidad de un artista y se apresuró a mostrarle su agradecimiento.

-    ¡Fuera bernardinas, Sr. Alonso!, os daré los dos mil pesos, dijo algo turbado el Padre Gerónimo, cuya codicia se había despertado con los elogios del fraile.

-     Guardarlos enhorabuena, para engordar a la comunidad, si es tan poco ascética como vuestra paternidad y callo... por no traspasar el antemural del decoro que mi cólera combate desesperada.

-     Vamos, padre Guardián.

-     Hijo, añadió dirigiéndose a Juan, ve a casa y que vendan este dibujo para el gasto de hoy que yo haré mi comida con los frailes de San Diego.

Dicho esto se asentó, sin preámbulos a una mesa, trazó con la pluma la más picante caricatura que verse puede, donde se retrataba al buen Padre Gerónimo con el parecido de dos cosas iguales entre si y salió sin despedirse del monasterio de Cartuja.

Quince días después se celebraba una fiesta en San Diego para inaugurar un famosísimo cuadro de la Trinidad, que acababa de colocarse en el altar mayor. 

Asistieron todas las personas de valía que por entonces ennoblecían a Granada, predicó el Padre Guardián un elocuentísimo sermón y de boca en boca corría la historia que acabamos de referir ensalzando todos la generosidad del Racionero Alonso Cano.

Desde entonces, aquella pintura que se había vendido por un plato de asadura condimentada se llamó ‘’el cuadro de la chanfaina” y hasta nuestros dias ha conservado su nombre.

El Padre cartujo Gerónimo sufrió tal sofocación de envidia al ver en otro convento tan riquísima alhaja que murió de una apoplejía fulminante, aunque otros atribuyen su horrible fin a una cazuela de arroz con atún: sea de ello lo que quiera a nuestra honra cumple manifestar entrambas opiniones. (*)

G-S (**)


(*) El cuadro origen de esta tradición se trasladó al Museo Provincial, cuando la extinción de los conventos y de allí fue robada durante un baile de máscaras.

Ahora, con vergüenza de España, adornará alguna galería extranjera.

(**) El catedrático, erudito y periodista José Giménez-Serrano (1821-1859), en la revista escribirá especialmente Giménez-Serrano, que lo hace con las iniciales G.-S.

4 de Mayo de 1848.

Forman su colección los 21 números editados desde el cuatro de mayo al ocho de octubre de 1848. 

Lo distribuía cada jueves la empresa de El Granadino, uno de los días en el que este “Diario de Fomento, de Noticias y Anuncios” no aparecía (el otro día era el domingo).

El Granadino había comenzado a publicarse el uno de mayo de ese mismo año y el día 31 de ese mes se refundió con Diario de Granada, que había comenzado a editarse el año anterior.

Tanto el diario como la revista de El Granadino tuvieron la misma redacción, se estamparon en la misma Imprenta de Juan María Puchol y estuvieron dirigidos ambos por el catedrático, erudito y periodista José Giménez-Serrano (1821-1859). 

En la revista escribirá especialmente Giménez-Serrano, que lo hace con las iniciales G.-S.; y bajo sus textos aparecen las firmas del catedrático Nicolás de Paso y Delgado (1820-1897), José Salvador de Salvador, Enriqueta Lozano, Juan de Dios de la Rada y Delgado, Juan Daza y Malato, José Nestares de Mendoza, F.J. Orellana o J. de Arias, así como las de Manuel Bretón de los Herreros, Tomás María Baralt o la de José Amador de los Ríos, entre otros.

En entregas semanales de ocho páginas, compuestas a dos columnas, publica textos de creación literaria, tanto en prosa como en verso. El artículo de presentación es de Giménez-Serrano; Juan Daza publica el titulado Estado de la literatura europea; asimismo inserta biografías, como la de Alberto Lista, firmada por Eugenio Ochoa, o la de Diego Hurtado de Mendoza, entre otras; asimismo publica un par de novelas, pero sobre todo poemas, algunos de ellos extensos (sonetos, odas epigramas, letrillas o elegías), de Tomás Rodríguez Rubí, Nicolás de Paso y Delgado o Miguel de los Santos Álvarez, entre otros. Sus páginas también contienen otros textos varios, de carácter costumbrista, de modas, toros o sobre los monumentos granadinos, una exposición de pinturas o la actividad teatral y musical en la ciudad.

Con paginación continuada, en la 184 y última inserta un índice de lo publicado por una revista que duró más que el propio diario ''El Granadino''. Referencias sobre este título aparecen en las obras de Eduardo Molina Fajardo (1979) y las de Antonio Manjón-Cabeza Sánchez (1995 y 2005).


LIBRO RECOMENDADO:

LA CHANFAINA.
Escrito por Jose Luís Gastón Morata.


Granada, otoño de 1809. 
Bruno Moleón, médico de la “Sala de calenturas” del Hospital de San Juan de Dios que investiga las causas de la fiebre puerperal, recibe el encargo, ante la inminente llegada del ejército de Napoleón Bonaparte a la ciudad, de paliar el saqueo de obras de arte de la ciudad. 
Con ayuda de sor Lucía, monja franciscana del Monasterio de Santa Isabel la Real intentará evitar el expolio de un cuadro del XVII de Alonso Cano, conocido como “La chanfaina”.
  • Tapa blanda: 296 páginas
  • Editor: Ediciones Miguel Sánchez
  • Edición: 1 (20 de abril de 2010)
  • Idioma: Español
  • ISBN: 978-8471691187

Bruno Alcaraz Masáts